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Tribuna
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El indispensable aliado americano

Es necesario que Estados Unidos se replantee su papel en el mundo

Ana Palacio

Estados Unidos se encamina hacia el evento más polarizador y agotador de su sistema político: una carrera abierta hacia la Casa Blanca, ya que Obama ha agotado sus dos mandatos y no parece probable que el vicepresidente, Joe Biden, se presente. En este contexto, sin candidato saliente institucional, cabe esperar que el debate de ideas y la primacía de la política exterior superen el habitual balance de los ocho años anteriores.

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Quienes se perfilan como contendientes apuntan en esa dirección y han comenzado a exponer sus posiciones sobre cuestiones fundamentales de política exterior. Así, Jeb Bush, significado aspirante republicano, ya ha dedicado todo un discurso a este tema. En cuanto al campo demócrata la exsecretaria de Estado Hillary Clinton se dibuja —pese a las recientes revelaciones sobre el uso de su correo privado para asuntos oficiales— como más que probable candidata, lo que refuerza la centralidad de la política exterior en las elecciones.

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En respuesta a esta situación, para contribuir al debate, y con la idea de publicar un documento de reflexión, el Global Agenda Council del World Economic Forum ha creado un grupo de trabajo del que formo parte como única voz no americana. Desde esta perspectiva europea, el gran reto al que se enfrenta EE UU en este ámbito se resume en pasar de considerarse “el poder indispensable” a ser “el socio indispensable”.

No se trata simplemente de una cuestión de semántica. Es necesario que EE UU se replantee su papel en el mundo y tanto este país como el orden internacional liberal que creó tienen mucho que ganar con ello. La clave del éxito reside en la capacidad americana para conservar lo mejor —y abandonar lo peor— del rasgo definitorio de su sistema político: la excepcionalidad.

El sentimiento imperante en EE UU según el cual este es un país único, con la extraordinaria misión de promover la prosperidad, la seguridad y la libertad en todo el mundo, ha configurado la política exterior estadounidense desde sus inicios. La idea fundacional se remonta a 1630, cuando John Winthrop, primer gobernador de la colonia de la bahía de Massachusetts, declaró que su comunidad debía actuar como la “ciudad en la colina”, erigirse en un ejemplo para el mundo. Y no otro es el origen de la centralidad de los valores americanos que preside el desarrollo de las normas e instituciones que ordenan hoy las relaciones internacionales.

Estas leyes y estructuras han traído consigo un crecimiento económico sin precedentes en favor de todos, aunque EE UU haya resultado el principal beneficiario. Pero, irónicamente, la noción del excepcionalismo estadounidense ha llevado a menudo a EE UU a socavar el sistema internacional que propició. Así, la historia de este país revela una persistente corriente aislacionista en la que la “ciudad sobre la colina” no es un faro, sino una fortaleza.

A veces disfrazada de modestia, la creencia de que a EE UU le iría mejor yendo por libre ha dado lugar a periodos de retraimiento en el mundo, y los últimos seis años son buen ejemplo de ello. Esta tendencia no supuso un problema grave antes de la II Guerra Mundial (aunque, por ejemplo, las poblaciones de Abisinia y Manchuria puedan discrepar). Pero hoy, la retirada de EE UU del sistema internacional que construyó tiene serias implicaciones: el caos y anarquía que han seguido a la invasión de Ucrania por Rusia ilustran este planteamiento.

EE UU promueve acuerdos que luego no está dispuesto a ratificar y cumplir

Sin embargo, el aislamiento no es el impulso más destructivo de EE UU. Peor es su “exencionalismo”: su afición a excluirse voluntariamente de las normas que promueve y cuyo cumplimiento a menudo defiende activamente respecto de otros sujetos. De la larga —y creciente— lista de convenios internacionales que EE UU no ha ratificado, destacan el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, la Convención sobre la Prohibición de Minas Antipersonales, la Convención sobre los Derechos del Niño y la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad.

Más allá del resentimiento que tal actitud engendra, el exencionalismo estadounidense socava directamente la capacidad de las instituciones multilaterales para abordar los desafíos que EE UU no quiere o no puede resolver por sí solo. EE UU no ha ratificado la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, ¿cómo pretende entonces que China respete las normas sobre delimitación de aguas territoriales en sus mares del Este y del Sur?

La Administración del presidente Barack Obama ha intentado crear la ilusión de un cambio de rumbo en este sentido, promoviendo acuerdos “suaves” que permitan a EE UU dar la imagen de participar —sin obligarse— en normas vinculantes. Tal fue el caso del tan elogiado “acuerdo de apretón de manos” entre Obama y el presidente chino, Xi Jinping, del pasado mes de noviembre sobre las emisiones de dióxido de carbono.

Pero, si bien estos acuerdos dan lugar a grandes titulares, no proporcionan la estabilidad y previsibilidad necesaria para el éxito a largo plazo, porque las reglas estrictas y las instituciones fuertes son esenciales.

Si EE UU aspira a convertirse en el “socio indispensable”, debe comprometerse de nuevo con el orden basado en reglas que tan buenos resultados ha dado al mundo y en particular a este país durante las últimas siete décadas, y comenzar a fortalecer las instituciones que han constituido la columna vertebral del orden internacional liberal.

En concreto, EE UU debería aprobar finalmente el paquete de reformas del Fondo Monetario Internacional acordado en 2010, al tiempo que promover un avance real en la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación prevista para mayo, y no escatimar esfuerzos para que la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático del próximo diciembre produzca acuerdos vinculantes.

Una asociación indispensable supone que los países se ayuden los unos a los otros, ayudar a los países a que se ayuden a sí mismos. Requiere visión, compromiso, y, lo que es aún más importante, liderazgo. Una discusión sincera sobre la política exterior de EE UU resulta vital para asegurar que esta “ciudad en la colina” siga siendo un faro de esperanza y un catalizador de progreso.

Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y exvicepresidenta primera del Banco Mundial, es miembro del Consejo de Estado de España.

© Project Syndicate, 2015.

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