Ladrones de motocicletas...
... O un ejemplo de cómo los jóvenes se organizan para hacer cine en África
Autor invitado: Carlos A. Domínguez (Festival de Cine Africano de Córdoba-FCAT)
Me conecto a Internet para charlar con un viejo conocido, al que volveré a ver pronto, por tercera vez, en el festival de cine africano de Córdoba, a finales de marzo. Me saluda efusivo a través de la pantalla: “Eh tío, ¿Cómo estás? ¡Me gusta tu barba!". Pues sí que hace que no hablamos, llevo barba desde hace algún tiempo, casi dos años, calculo.
James Tayler está en su casa, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Me resulta agradable esta intimidad. Veo el fondo de su habitación, un armario ropero, con algunos cajones abiertos. Entra luz natural.
Después de un poco de intercambio de novedades desde la última vez que nos vimos, nos acordamos del festival, cuando todavía se hacía en Tarifa y cuando aún existía África Produce, el único foro de coproducción dedicado a proyectos cinematográficos africanos.
Boda Boda Thieves - Trailer from james tayler on Vimeo.
Eso da pie a mi primera pregunta: “¿Por qué se tarda tanto en hacer una película?”. Y la uno a la segunda sin darle tiempo a contestar “¿Es por el dinero, por lo que se tarda en reunir el dinero para rodar?”. “Sí claro, ése es un factor, pero no el único. La gente como nosotros no se puede permitir el lujo de hacer simplemente una película. Entre medias está la familia, los niños, el trabajo, atender a los clientes y poner comida en la mesa cada día. Me gustaría llegar a un punto en el que este no fuera el caso, poder dedicarme sólo a esto, pero por el momento parece que esta es la tónica de de la vida moderna… tienes que hacer ‘multitask’ compaginar múltiples ocupaciones”.
Nantes tiene varios festivales de cine, entre ellos uno español, pero en esta ocasión acudo al Festival des 3 Continents, dedicado a los cines del Sur, a los no occidentales, a los raros, llámalo como quieras. De África, Asia y América Latina. Allí también organizan un foro de coproducción, Produire au Sud, sólo que este tiene ya más de una década de recorrido y gracias a su labor se han coproducido más de 15 largometrajes.
Uno de los proyectos seleccionado es una colaboración entre dos jóvenes que, de hecho, forman parte de un colectivo, Yes, that’s Us! (¡Sí, ésos somos nosotros!). Donald Mugisha, de Uganda, y James Tayler, de Sudáfrica. Director y productor. Tomo mi primera nota. En Nantes invitan siempre a la pareja. Tiene sentido. Nosotros sólo al director. El proyecto ocupa por el momento cuatro folios, una sinopsis, un pequeño desarrollo y poco más. Una historia a rodar en Kampala, inspirada en el Ladrón de Bicicletas, de De Sica. Neorrealismo italiano en urbe de país medio africano. Me cuadra. Salvando las distancias -que son muchas- lo cierto es que en África se viven procesos sociales similares a aquellos italianos o a lo que pasó luego en España: éxodo rural, crecimiento descontrolado de las ciudades en arrabales, falta de servicios, pobreza, marginación, un Estado o desaparecido o corrupto o represor. Podría funcionar. Podría ser también Los Golfos, de Saura. O Perros Callejeros o El Vaquilla…
Estoy en Nantes de observador, así que miro, escucho, callo y doy tabaco. Y me llevo a los chicos a tomar una cerveza y les explico quién soy, qué hago allí, que en España hay un festival de cine africano, que tenemos un foro de coproducción y que ‘tenemos que hablar’.
Segunda pregunta: “¿En Sudáfrica hay un alto grado de institucionalización, de apoyo a la industria del cine, que permite a la gente dedicarse a lo suyo, a escribir películas, a dirigir películas, no?”. Respuesta: “Bueno, no lo llamaría industria. La mayoría de la gente que produce son empresas de servicios para publicidad o para televisión que luego tienen proyectos cinematográficos también. Hay un puñado de individuos que se dedican sólo al cine, pero son muy pocos”.
“Cuéntame un poco más sobre el papel de los festivales para esta película. Te conocí en Nantes, luego viniste a Tarifa, después conseguiste fondos del festival de Rotterdam y del World Cinema Fund de la Berlinale. Además, escribiste una tesis sobre la revolución digital y sus efectos para la producción y distribución del cine en África. En la era de las redes sociales y de la interconectividad, ¿Cuál es la importancia de los festivales como punto de encuentro entre los diferentes agentes del negocio del cine?” “Nantes fue un catalizador. Nos puso en la carretera.”
“Os puso en el radar, otros festivales nos empezamos a fijar en vuestro nombre”, le digo. “Bueno, allí fue donde te conocí a ti. En Nantes no creíamos tener aún una propuesta sólida. Teníamos una idea que pensábamos rodar con nuestros propios medios. Pero aquello nos abrió los ojos a este otro mundo de los festivales y entonces ir a Tarifa fue como ponerle gasolina al motor. Lo que hizo Tarifa especial para nosotros fue conocer allí a otros cineastas africanos. Antes teníamos la idea de ir a Europa a buscar dinero, o de cómo cambiar nuestra idea para que gustara a los americanos. Pero en Tarifa nos dimos cuenta de que lo que necesitábamos era una colaboración Sur-Sur. Allí conocimos a nuestros coproductores kenianos, sin los que no podríamos haber hecho la película. Y también a las chicas del Fondo Hubert Bals que nos llevaron al Film Mart de Durban y de allí al de Rotterdam, al Film Lab. También estuvimos en un encuentro en Oslo, donde no conseguimos el premio pero donde nos encontramos con los gestores del World Cinema Fund que nos invitaron a Berlín y allí ganamos el primer premio a proyectos, de 50.000 euros, y encontramos a nuestro coproductor alemán, al que conocimos y del que nos hicimos amigos antes de saber que teníamos una reunión agendada con él por el festival. Así que sí, puedes pedirle amistad a alguien por Facebook, mandarle mensajes de texto, correos electrónicos o llamarle por teléfono, pero las relaciones no despegan hasta que conoces a la gente en carne y hueso. Los festivales son muy importantes”.
Con más o menos 80.000 euros para el desarrollo y la preproducción ganados en unos dos años de recorrerse festivales internacionales, decidieron tirar para adelante y hacer al menos una primera parte del rodaje, porque además los financiadores europeos se impacientaban ante la falta de resultados.
En mitad de un brote de ébola, se plantaron en Kampala. Un equipo de Kenia, Uganda, Zimbabue, Alemania y Sudáfrica. Lo primero que tuvieron que hacer fue sacar al protagonista de la cárcel: “No es actor, no actúa, le poníamos en situación y reaccionaba, pero él es como el personaje, vive ese tipo de vida en el gueto, como miembro junior de una banda. Ahora mismo está de nuevo en la cárcel, cada vez entra por un delito peor”. Lo segundo fue sacar a Donald, el director, del hospital. “No le pasaba nada, pero tuvo su primer hijo la víspera del comenzar a rodar”. Joder. “Sí, cada día fue una aventura. Otro miembro del equipo, de Zimbabue, tenía problemas con su visado de residencia en Sudáfrica y no le dejaban salir. Tuvimos que sobornar a la policía. Otro de los conductores de moto que participaba en la película casi se mata en un accidente fuera del rodaje, estuvo muy grave. Otras cosas tenían que ver con ser un equipo multinacional, cada uno con su idiosincrasia… pero al final funcionó”.
Y luego el bajón. Sin tener todo el material que necesitaban rodado, vuelven a meter en la cárcel al protagonista y paran. Resulta que el instituto del cine de Sudáfrica (la National Film and Video Foundation, que financió el segundo viaje de James a Córdoba en 2013) retrasó el fallo de las ayudas a la producción nueve meses por líos políticos internos y finalmente les denegaron la financiación. No llega más dinero y pasa más de un año hasta que se las apañan como pueden para terminar de rodar la película. Al final arañan algún fondo más para la postproducción y finalmente terminan. "El presupuesto total ronda los 230.000 euros. Conseguimos unos cien mil en efectivo, el resto son sueldos diferidos por el equipo, nuestra inversión. No veo cómo se pueden hacer películas más caras, no hay forma de recuperar el dinero".
Le digo que la película me ha gustado, que el proyecto ha cambiado mucho desde que lo conocí y que lo del neorrealismo de De Sica, que si bien al principio era un gancho de venta del proyecto en Europa, no es neorrealismo italiano, pero se palpa la realidad. El filme es una inmersión en los barrios de Kampala. La película, desde luego, tiene algo. “Sí, creo que el punto de inflexión fue cuando nos dimos cuenta de que la ciudad era un personaje en sí misma. Si la película no es más que un retrato de la ciudad, de la vida en el gueto, entonces hemos conseguido nuestro objetivo más profundo”.
Se corta entonces –no es licencia literaria- la conversación de Skype y no puedo reanudarla. Hoy sigue sin funcionar.
Abaadi Ba Boda Boda (Te Boda Boda Thieves, Los ladrones de motocicletas) está seleccionada a competición en la sección Hipermetropía del XII Festival de Cine Africano de Córdoba-FCAT, que se celebra del 21 al 28 de marzo de 2015 en dicha ciudad, organizado por la ONG cultural especializada en cines de África Al Tarab.
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