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El Pulso
Columna
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Desembarco de nuevos tertulianos

En el humor televisivo está ocurriendo como con la política: si algo bueno ha tenido la crisis es la manifestación de un creciente interés ciudadano por ella

El político cántabro Miguel Ángel Revilla participa con frecuencia en tertulias televisivas e incluso estuvo al frente de su propio programa, 'Este país merece la pena' (Telecinco).
El político cántabro Miguel Ángel Revilla participa con frecuencia en tertulias televisivas e incluso estuvo al frente de su propio programa, 'Este país merece la pena' (Telecinco).Santos Cirilo

Le preguntaban hace poco al humorista Joaquín Reyes por el estado de la televisión española. “Está muy bien, no sé de qué nos quejamos. Son buenos tiempos para el humor. La gente está demandando humor con contenido, es raro el programa en el que no haya humor”. Lo mismo podría decirse de la política. Si algo bueno ha tenido el bocado de realidad que nos ha dado la crisis –además de las movilizaciones populares y el sacudón ­antibipartidismo– es la manifestación de un creciente interés ciudadano por la política. Una política que han hallado los españoles en el fondo de la cesta vacía, en los números rojos… y en la tele. Y he aquí que, ni cortas ni perezosas, las cadenas –de Intereconomía a La Sexta– han espabilado rápidamente y han reforzado la parrilla con modelos antes reservados al espectáculo y la basura del corazón. Porque si hay algo que funciona en “el sistema” es su capacidad para capitalizar todo. Incluso la necesidad de respuestas. Dice Slavoj Žižek que los militantes de izquierda siempre esperan respuesta a la pregunta: “Bueno, y ahora ¿qué hacemos?”, la política se convierte así en un espectáculo en el que los espectadores exigen su cuota diaria de “respuestas”, y si estas vienen convenientemente sazonadas en una tertulia con sus cuchilladas y sus batallitas, mejor que mejor.

La parte buena de este renovado interés mediático es que en lugar de Karmele tenemos ahora a Cristina Fallarás, y en lugar del padre Apeles a sor Lucía Caram.

Me contaba Fallarás hace poco que una noche saliendo del canal vio a una estampida de fans de Belén Esteban persiguiendo a su ídola por los corrillos y que la mismísima mamá de Andreíta se detuvo para señalarla a ella –a la Fallarás, digo– y gritarle a sus seguidoras: “¡La reina es ella! ¡La reina es ella!”. El estilo directo, inteligente y a la vez “popular” de la pelirroja periodista ha calado de tal manera que de un tiempo a esta parte se ve rodeada de admiradores que, en la calle, le piden autógrafos y le agradecen que sea tan cabrona con el mal. Fallarás ha logrado traducir al lenguaje televisivo –con sus inflexiones, sus acuerdos y su postureo incluido– buena parte del sentir común. Haber padecido en carnes propias un despido alevoso y un ­desahucio la ha hecho especialmente empática de cara a la audiencia. La nueva princesa del pueblo, ni más ni menos.

Pero no es la única, los fichajes de las tertulias incluyen al expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, o al exjuez Elpidio Silva y, en general, a periodistas que otrora podían haber sido considerados “radicales” del papel, Nacho Escolar o la propia Fallarás, pero que ahora mismo encuentran en la tele el espacio para hacer lo que han venido haciendo hace años: informar, denunciar la corrupción y desenmascarar, a ser posible, sus triquiñuelas. Ahora en la cómoda platea de tu casa, vía Cuatro. Al parecer las cadenas de televisión han entendido que la gente está (solo un poco) cansada de las bestias de siempre, llámense Paquirrín, Kiko o Karmele. Y que en tiempos de pan y circo, que son todos los tiempos, les conviene asumir que es mejor tener a guerreros que a payasos. Los nuevos tertulianos, por su parte, aprovechan la bola que tienen en los medios para mantener la mala costumbre de vivir de su trabajo e intentar que el pueblo, ese relato, se interese más por lo que todavía oculta Bárcenas que por el último destape de la Hormigos.

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