Hay que apartar a Libia del precipicio
El país necesita recuperar el espíritu revolucionario que derrocó a Gadafi
Nadie pensó que la transición libia, que había de sacar al país del régimen autoritario de Gadafi para convertirlo en un Estado democrático, fuera a ser fácil. Una cosa era derrocar a Muamar el Gadafi y otra instaurar una Administración viable, basada en la participación democrática de todos.
La actual descomposición de Libia en distintas regiones, tribus y zonas, la fragmentación de nuestra sociedad en múltiples grupos armados enfrentados y la aparición de caudillos militares que pugnan por el poder amparándose en lealtades tribales, religiosas y étnicas para ganarse a unas u otras comunidades están desgarrando Libia.
Si en las próximas semanas no se alcanza un acuerdo, puede que Libia se precipite a un abismo del que ningún esfuerzo humano podrá sacarlo. La historia nos dice que la anarquía y la violencia inducen a la gente a ponerse en manos de dictadores para escapar de la libertad. Es preciso poner coto a cualquier nostalgia del régimen de Gadafi que pudiera surgir en nuestro seno.
Tampoco sería sorprendente que en Libia apareciera la amenaza del Daish [Estado Islámico]. Por desgracia, en nuestro país, como en Siria e Irak, existe ahora la clase de hábitat en la que el EI suele encontrar las condiciones adecuadas para cultivar la estrategia homicida que promueve en nombre de un fantasioso califato transfronterizo. El vacío institucional, el desorden y el enfrentamiento armado generan el caldo de cultivo perfecto para el reclutamiento que propicia el Estado Islámico. En ciertas partes del país, sus escuadrones surgen de la fusión entre invasores extranjeros y sectas y grupos locales.
A primera vista, la situación de Libia no es peor que la de Argelia a comienzos de la década de 1990. No obstante, puede que aquí las consecuencias del fracaso sean peores. Corremos el riesgo de quedar en manos de gente como el EI, de sus simpatizantes y posibles émulos, que podrían proliferar en el vacío político imperante en la Libia actual.
El vacío institucional, el desorden y el enfrentamiento armado son un caldo de cultivo para el reclutamiento que propicia el Estado Islámico
El futuro de Libia depende de la recuperación del espíritu revolucionario que derrocó al coronel Gadafi. Necesitamos recobrar el ansia de libertad y de democracia, de unidad nacional y de prosperidad generalizada que nos motivó en los heroicos días de la revolución de 2011. Aunque Libia nunca ha sufrido las fracturas sectarias y étnicas que dividieron a otros Estados de la geografía árabe, sí presenta un complejo tapiz socio-tribal.
Es absolutamente esencial levantar instituciones democráticas que nos permitan vertebrar nuestra diversa sociedad para crear un sistema que una a todos en torno a un conjunto de valores basados en la paz y la coexistencia. El acuerdo democrático debe ser totalmente incluyente.
Los libios estamos orgullosos de ser musulmanes. La religión forma parte de nuestra identidad colectiva. Pero siempre ha sido un islam fruto de una tradición de tolerancia y coexistencia. No somos una nación extremista. Un islam moderado nos permitirá añadir otro ladrillo al muro que necesitamos levantar frente al extremismo.
Luchar contra el EI y contra el extremismo de otros grupos radicales es luchar por el islam de nuestros antepasados, el que siempre hemos practicado en nuestro país. En Libia la fe siempre se ha conjugado con la tolerancia. Hoy en día estamos llamados a conciliarla también con la democracia, la modernidad y la prosperidad.
El futuro de Libia depende de que el país esté en paz consigo mismo, con los países colindantes y con la comunidad internacional. Las Naciones Unidas, encarnación de esa comunidad, tendrán que ser determinantes para que Libia realice una transición pacífica hacia el orden y la estabilidad. Debemos apoyar y facilitar su trabajo en esta difícil transición a la democracia. La ONU es un mediador imparcial cuyo papel y cuya credibilidad en la independencia libia de 1951 debemos reconocer.
Estamos llamados a conciliar la fe con la democracia y la modernidad
Damos las gracias a los países que nos apoyaron durante la revolución, ayudándonos a acabar con el régimen dictatorial. Pero ellos saben que ya pasaron los tiempos del colonialismo y el sometimiento a potencias extranjeras. Ahora la comunidad internacional está contribuyendo a nuestro propio esfuerzo: tiene interés en que Libia sea un país estable, democrático y próspero, pero no para controlarlo ni para hacerse con su riqueza. Simplemente sabe que nuestra estabilidad influirá en su paz y su seguridad. Lo mismo cabría decir de nuestros vecinos del Magreb. Lo que tanto les inquieta y preocupa es el miedo a que nuestra anarquía se desborde cruzando sus fronteras.
Sin embargo, ningún vecino puede solucionar nuestros problemas ni tampoco debemos buscar un gendarme para la región. Con todo, reconozco que un frente unido norteafricano podría ayudar a contener el extremismo en sus márgenes y evitar las injerencias externas mejorando la vigilancia fronteriza, compartiendo información y ahuyentando las incursiones militares externas.
La lucha de Libia por el futuro que se merece no terminará con el acuerdo que esperamos alcanzar durante las negociaciones que ahora se están celebrando al amparo del buen hacer de la ONU. Cuando llegue el acuerdo, aún tendremos que esforzarnos por consolidar las nuevas instituciones democráticas y por fortalecer el sistema judicial sin el que ninguna democracia puede funcionar. Además, todavía tendremos que desarrollar un Ejército fuerte y moderno, partiendo de la multitud de grupos y milicias armados; un Ejército inmune a la penetración de las milicias urbanas, los grupos islámicos extremistas o los intereses de otras potencias.
Por último, una cuestión no menor: necesitamos levantar nuestra deteriorada economía. Vivimos días de cambios radicales en el mercado energético mundial y nuestra industria petrolífera tendrá que adaptarse a las nuevas realidades. También es preciso crear estructuras industriales y agrícolas modernas, que ofrezcan empleos productivos a muchos de nuestros hermanos. Gran parte de esa labor tendremos que realizarla los propios libios y con dinero libio.
Sin embargo, nos vendría bien la asistencia técnica extranjera para crear empresas mixtas con inversores extranjeros. Sería conveniente que otros Gobiernos e inversores privados participaran en el desarrollo de infraestructuras modernas, centros médicos y nuevas industrias. Para abordar los problemas de Libia debemos reconocer el potencial estabilizador de la iniciativa privada.
El ciclo vital de Siria se encuentra en un momento histórico crucial. Nuestra es la responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias y de dejar a un lado viejas y nuevas diferencias, sin caer en la tentación de responder a intereses particulares o locales y constituyendo una Libia unida, libre, próspera e incluyente.
Sayid Idris Abdalá Abdal Senusi es presidente de la Fundación Senussiya.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
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