Una generación cegada por el oro
Los jóvenes burkineses abandonan los estudios por la promesa de un enriquecimiento rápido que nunca llega
Aparece Bouba en un bar junto a la carretera que atraviesa su pueblo, cerca de Houndé, ciudad del suroeste de Burkina Faso. Tras los saludos, compartimos unas cervezas y unos trozos de carne de cabra asada. El joven trabaja en un taller cercano como mecánico de motos y está a punto de casarse. Hemos quedado con él porque conoce bien el mundo de los mineros artesanales que buscan oro en las proximidades del pueblo. Actividad ilegal de la que es peligroso hablar.
Lejos quedan los tiempos de Thomas Sankara, cuando el algodón era llamado oro blanco y representaba el 57% de las exportaciones del país. A partir de 2009, el oro amarillo tomó el relevo. Solo en 2013, las minas de este metal han aportado a las arcas del Estado, en términos de impuestos y tasas aduaneras, unos 198 mil millones de francos CFA (unos 300 millones de euros). En la actualidad, el oro representa el 5% del PIB de Burkina Faso, uno de los países más pobres de África (puesto 181, de 187, en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas de 2014).
Hace años, Bouba tenía un huerto en las cercanías de Houndé. Tenía que trabajar duro pero no le importaba y sacaba buen provecho de él. Estaba a punto de cumplir 20 años y soñaba con un futuro distinto; sin embargo, no tenía los medios para iniciarlo y no le quedaba otro remedio que sembrar sus campos año tras año para mantener a su familia. Es el precio de vivir en un país con una tasa de desempleo del 77%, de la que el 65% es menor de 30 años, y donde un 46% vive por debajo de la línea de la pobreza.
Un día empezó a oír hablar de jóvenes que parecían manejar mucho dinero, que tenían motos, teléfonos móviles, que vestían bien. Un amigo le llevó hasta uno de ellos, el cual le condujo hasta uno de los hombres que controlaban las minas de oro. Fue así como se convirtió en minero. En Burkina Faso existen 200 unidades mineras artesanales reconocidas oficialmente. En una unidad pueden operar diferentes mineros a título individual. Junto a ellas hay otras 27 unidades semi-mecanizadas que produjeron 500 kilos de oro en 2013. La gran mayoría de la minería artesanal es ilegal y el oro que produce sale de manera fraudulenta del país: se estima que en Burkina Faso existen más de 600 unidades clandestinas, como la de Houndé. Algunas fuentes calculan que en estas unidades se extraen más de 20 toneladas de oro al año. Evidentemente, las pérdidas son enormes para la economía nacional.
Los jóvenes de las motos encargados de contratar la mano de obra para las minas son los conseguidores. Con su apariencia elegante deslumbran a los jóvenes y niños. A veces visitan las escuelas, hablan con los alumnos y al día siguiente varios de ellos desaparecen para nunca más volver a asomarse por las aulas.
Cuando Bouba habla de su estancia en las minas pierde su sonrisa, baja la voz y mira de reojo a su alrededor para asegurarse de que nadie escucha. Cuenta que estuvo trabajando muy duro, jornadas de sol a sol, pero siempre bajo tierra, sin luz, sin casi aire. La única forma de soportar ese ritmo es consumiendo drogas. Asegura que una de las cosas que más le impactó fue ver que niños y niñas de muy corta edad que trabajaban allí ya las tomasen: "de otra forma no aguantarían", dice.
Un par de días más tarde, Bouba vuelve a visitar hasta las minas. Le ha costado romper su reticencia a volver allí. Carlos Villalba, coordinador de proyectos de Medicus Mundi CLM en Hundé, ya las ha visitado otras veces y conoce bien el ambiente. Aconseja no sacar cámaras ni cuadernos y que en todo momento se sigan las indicaciones del joven.
Al llegar, reciben chabolas construidas con palos, plásticos, hojas de palmeras… Dan la impresión de que se van a caer en cualquier momento. Entre la suciedad y el desorden, se descubre una ciudad donde parece que se puede conseguir todo lo que se necesite: puestos de comida, pequeños bares donde comprar cervezas o alcohol local, televisiones con antenas satélites retransmiten cualquier partido de fútbol del momento en un estadio español o inglés… Sorprende el gran número de niños y niñas con los pies manchados de barro y la mirada perdida, como si nada de lo que sucede a su alrededor importase. Bouba comentará más tarde que todos ellos han llegado al campamento en busca de dinero y futuro. Los niños trabajan en las minas, las niñas terminan prostituyéndose.
Los que controlan esos poblados son conocidos como "los hombres del oro". Llegan hasta allí en grandes camionetas nuevas para asegurarse de que no haya problemas. Hablan con sus hombres de confianza y desaparecen tan rápida y silenciosamente como llegaron.
Más allá se divisan las minas, a primera vista aparece un mosaico de dunas y agujeros, algunos inundados. La mayoría de los pozos son bastante estrechos, por eso los niños y los jóvenes, por su tamaño, son los más codiciados para introducirse en ellos, sin más medida de seguridad que una cuerda anudada a la cintura y una lámpara de keroseno o un frontal.
Bouba tiene prisa por salir, no le gusta recordar el año que vivió allí. Él es uno de los pocos jóvenes que decidió irse lejos y comenzar de cero, y lo está consiguiendo, una excepción en el mundo de los mineros artesanales de Burkina Faso.
La multinacional que quiere salvar a todos
Recientemente se ha otorgado una concesión minera a la empresa canadiense Endeavour Mining Corporation para explotar una mina de oro en Houndé. La compañía espera obtener unas 180.000 onzas de oro al año durante los ocho que calcula que la mina estará en activo. El contrato otorga el 90% de los beneficios a la multinacional y el 10% restante al Estado.
La compañía anunció en su último informe, de diciembre de 2014, que los trabajos previos a la apertura de la mina ya están en curso. Estos conllevan la expropiación de casas, pequeños negocios y tierras de cultivo de decenas de familias. La propia empresa ha establecido un fondo de compensaciones y colabora con el Comité provincial de recolocación y compensación de personas afectadas por el proyecto aurífero de Houndé. Los afectados pueden solicitar la construcción de una nueva casa, nuevas tierras o una compensación económica más una indemnización adicional por las perdidas en los negocios o los cultivos que resulten del cambio de ubicación.
En Houndé dicen estar satisfechos con las ofertas recibidas aunque piensan que será muy difícil cuantificar el impacto emocional y sobre todo económico que supondrán las mudanzas de las viviendas, negocios y tierras de cultivo, que quizás han pertenecido a la familia durante décadas.
Algunos grupos de la sociedad civil, como la Red Nacional de Promoción de Evaluaciones Medioambientales (RENAPEE-BF), intenta llamar la atención de los políticos y concienciar a la población sobre los riesgos que las explotaciones mineras suponen sobre el plano económico, social y medio ambiental del país. Uno de los aspectos que más preocupa a los ecologistas es la gestión de los residuos que producirá la mina, muchos de ellos tóxicos que pueden filtrarse a los acuíferos de la zona y contaminar el suelo de cultivo, lo que castigaría aún más la empobrecida economía de la región. Esta asociación también lucha para que las comunidades locales donde se encuentren las explotaciones mineras reciban un 1% de los beneficios que estas generen.
Generación perdida
Las autoridades locales prevén que la multinacional canadiense cree 430 puestos de trabajo directos y ponga fin a la minería ilegal. Los jóvenes de la zona, sin embargo, alegan que el número de contratos ofrecidos es muy bajo para una localidad en la que conviven unos 22.000 habitantes.
Carlos Villalba habla de una generación perdida de chicos que han abandonado sus estudios y optado por buscar fortuna en las explotaciones mineras ilegales, a los cuales la llegada de los canadienses no les va a mejorar la vida ni ofrecer nuevas oportunidades. Al cabo de los años, se encontrarán sin fortuna y sin formación, enganchados al alcohol y a las drogas y sin fuerzas para cambiar de vida por falta de salidas.
Varias veces nos hemos acercado hasta el poblado donde viven los mineros, siempre con mucha precaución. Hoy es domingo por la tarde y este aparece casi vacío. "La mayoría de los trabajadores se habrán acercado al pueblo a pasar el día de descanso y gastar los pocos francos que hayan conseguido durante la semana", comenta nuestro acompañante.
Cerca de las excavaciones, una mujer inclinada sobre la tierra excava con un pequeño azadón. Junto a ella descansa un balde de plástico en el que deposita, con mucho cuidado, arena y algunas piedras. La señora devuelve el saludo con mucha desconfianza e, inmediatamente, llega un joven seguido de un niño que porta una batea en la que también se ven algunas piedras y algo de arena, los dos embarrados de pies a cabeza, sobre todo el más pequeño.
La mujer, llamada Sourabié, explica que es viuda y junto a sus dos hijos buscan oro para poder sobrevivir. Ellos rebuscan en los pozos abandonados y en los montones de arena. El hijo mayor toma las riendas de la conversación en un francés muy rudimentario y asegura que trabajan desde la mañana a la noche. El hermano pequeño es el que desciende a los pozos, se pasa el día dentro de aquellos agujeros sujeto por una cuerda a la cintura que es atada a un árbol por seguridad. El trabajo les produce justo lo necesario para comer, pero que no tienen otro remedio que trabajar allí porque no poseen tierras que cultivar ni otro medio para vivir.
La ganancia de cada día depende de la suerte, asegura el chico, pero muchas veces se vuelven a casa sin ni siquiera haber conseguido el dinero para comer. "Los que realmente hacen dinero son los que nos compran el oro, les ves por ahí con sus coches enormes, sus casas grandes, divirtiéndose todo el día", añade. ¿Por qué no intentan vender lo que consiguen a otras personas que paguen más o en otro sitio?. Y dice el joven: "No es posible, las cosas son así, tenemos que venderles el oro a ellos si queremos seguir trabajando aquí".
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