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Correo
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Escopetas nacionales

"Ya podría estar muriéndose el pueblo de hambre, mientras el dictador estaba cazando tranquilamente perdices en Ciudad Real"

Carta de la semana: Escopetas nacionales

Las fotografías que ilustran el reportaje titulado Retrato de familia, de Andrés Trapiello (número 2.003), son tremebundas. En octubre de 1959, el dictador viene tres días a la provincia de Ciudad Real, a Santa Cruz de Mudela, donde se cazan más de 4.600 perdices y posan para la ocasión. Escenas parecidas a la que narraba Juan José Millás hace unos meses en la sección La imagen. No salimos del rodal. Me reafirmo que esto ha sido siempre La escopeta nacional, el deporte que ha existido en este país desde tiempo inmemorial. La repugnante foto del dictador y su camarilla lo confirma. Ya podría estar muriéndose el pueblo de hambre, mientras el dictador estaba cazando tranquilamente perdices en Ciudad Real.

Lo dicho. Esto no cambia. Es la España machadiana de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María. Lamentable pero cierto.

Diego Moraleda Jiménez. Membrilla (Ciudad Real)

Ya lo decía Protágoras

Juan José Millás vuelve a poner el dedo en la llaga en su comentario de la sección La imagen titulado Protección oficial y desamparo privado. La cruda desnudez de la fotografía del desalojo del matrimonio formado por Wilson y Cecilia con sus tres hijos y las reflexiones del autor sobre la voracidad de los nuevos dueños de las viviendas que triplicaron el alquiler al poco de llegar y la pérdida de la protección oficial que se convirtió en desamparo privado, me hacen recordar las palabras del viejo sofista Protágoras: “La capacidad operativa sin virtud cívica nos lleva a la catástrofe”.

F.J. Barón Duarte. A Coruña

Un asunto vaticano

Me siento indignado por el artículo de Javier Marías titulado Un Papa (El País Semanal, 15 de febrero). Considero que el escritor ha utilizado una frase del papa Francisco para lanzar un furibundo ataque contra Bergoglio y contra las religiones en general.

Roberto Óscar Britos. Buenos Aires, Argentina

El Papa y el sofismo

Acierta como de costumbre Javier Marías al señalar a este Papa como un sofista más, como, por otra parte, a nadie puede extrañar, ya que el dogma, el sofismo y la intolerancia son la matriz de esa empresa. Y no uso este nombre en vano. La campechanía de la que hace gala es, en mi opinión, una pose sin contenido. En efecto, tuvo la oportunidad de sancionar al cómplice de los abusadores de menores de Granada y, lejos de eso, le invita a decir misa con él mismo en el Vaticano. Otra pose es llamar a una víctima de estos abusos diciéndole “soy el padre Jorge”, calculando publicitariamente que así trascendería a los medios. Suscribo todo lo dicho por Javier Marías, cuyo artículo considero moderado y respetuoso.

Alfonso Caparrós Valderrama. Rincón de la Victoria (Málaga)

A vueltas con el Papa

Quiero darle la enhorabuena a Javier Marías por despertar en mí una indignación después de leer su última reflexión sobre el Papa en estas páginas. Dicha lectura ha provocado mi sublevación y el hecho de que escriba por vez primera a esta sección de El País Semanal.

Lo primero, si él no cree, no quiere decir que la fe sea impersonal o simbólica. La fe, además de todos los símbolos que la rodean, está compuesta por personas que impulsadas por la creencia y por un sentimiento hacen que eso abstracto que él cuenta se transforme en escuelas, hospitales o servicios necesarios para personas olvidadas en un lugar recóndito. En segundo lugar, me gustaría que el señor Marías nos enseñe en qué escrituras sagradas (de donde hayan nacido esas religiones) aparece que una niña debe morir por ir a la escuela. El gran mal son las personas que interpretan y actúan a su antojo o conveniencia en nombre de la fe. No condenemos al papa Francisco por unas frases, ya que sus gestos y obras valen más que mil palabras: Francisco recorre el mundo, escucha a las personas y no rehúye ninguna de sus responsabilidades. Y, además, es campechano.

Alberto Torres. Barcelona

Un comentario llamado deseo

Cada domingo espero el artículo de Javier Marías en El País Semanal como agua de mayo, y en torno al caso del desafortunado comentario del Papa sobre su mamá, lo estaba echando en falta. Como siempre suscribo plenamente cada línea, es como una ventana a la que me asomo y me ayuda a reafirmarme en mis percepciones y opiniones, muchas veces no muy correctas políticamente hablando. Sentir que empatizo con Marías me alegra el día. Gracias por señalar un norte, en el que muchas personas nos orientamos. El papa Francisco debería de filtrar un poco más sus comentarios, dada la influencia que una determinada opinión tiene sobre sus seguidores.

Lola Blázquez. Correo electrónico

El Santo Padre y Marías

Sigo muy de cerca a Javier Marías en la mayoría de artículos que escribe y me interesa mucho la temática que toca en cada uno de ellos. Me hace reflexionar sobre diferentes temas. En el número 2.003 escribió sobre el Papa y sus declaraciones con respecto a los límites de la libertad de expresión. Coincido con este artículo tan solo en el 25% de su contenido.

Está claro que las declaraciones del papa Francisco (no encuentro acto de coquetería alguno en que quiera que se le denomine así) fueron muy desafortunadas de principio a fin. Quizás establecer ciertos límites a la libertad de expresión desde el ejemplo que propuso el Papa fue un error, pero igualmente lo es no ver el alcance que detrás de las palabras de este jefe de Estado no hay más que el intento de que exista un cierto respeto sobre todo aquel que decida sustentar sus creencias en algún dogma religioso, sea este el que fuere.

No se trata de “soportar”; el verbo soportar lleva implícita una cierta injerencia de una parte con respecto a otra, lo cual invade la libertad de una de ellas. Y creo que no es esto a lo que se refería el Papa. Al menos yo entendí que el respeto no solo debe mantenerse en la faceta religiosa de una persona, sino en la vida en general. Sean personas creyentes o por el contrario agnósticas.

El respeto por los demás es la base de la convivencia.

Juan Antonio Márquez Izquierdo. Rota (Cádiz)

Perspicacia y papado

En su artículo del 15 de febrero, Javier Marías aprecia falta de perspicacia en el papa Francisco al hablar sobre “la libertad de expresión”. Y debo reconocer que la respuesta del Papa a esta cuestión fue sencilla, ciertamente, pero ni ingenua ni descabellada. Simplemente quiso señalar que al igual que en nuestras relaciones cotidianas procuramos mostrar respeto por el otro, apliquemos el mismo baremo a otros niveles; por supuesto, también en el ámbito religioso. En sociedades cada vez más plurales necesitamos pilares de tolerancia y de respeto mutuo.

La libertad de expresión es un derecho. Pero este derecho no incluye la ofensa, ni –por supuesto– la violencia. Es verdad que, como Marías bien señala, no es lo mismo insultar (como en el ejemplo del Papa) a la madre de uno que a una religión. Le tomo prestadas las palabras: No podemos equiparar a una persona real “(…) con algo abstracto, impersonal, simbólico y aun imaginario”.

Pero se olvida de que la experiencia religiosa es una vivencia humana profunda, un sentirse ligado íntimamente a un ser superior, omnisciente, omnipotente (llámese Alá, el Dios de Jesucristo, Yahvé, etcétera), vivo y presente en la vida de fe del creyente. Además, esta vivencia se encuentra arraigada en el corazón de muchos creyentes, no como algo accesorio, sino como experiencia profunda de sentido. Por esta razón, no debemos permitir que nadie se ría de la fe de otro al abrigo de una pretendida “libertad de expresión”, llevada al extremo de la provocación y de la falta de respeto. El derecho a la libertad de expresión no implica el derecho a ofender los sentimientos religiosos de la gente.

El creyente (sea de la confesión que sea) solo pide el mismo respeto que garantiza la buena convivencia en una sociedad plural y democrática. Ni más ni menos. Ríanse de la forma de vivir de muchos creyentes que “no damos la talla” o de ciertas exageraciones pseudorreligiosas, pero nunca de la opción religiosa ni de la vivencia personal de cada uno. Y –por supuesto– cabe condenar cualquier tipo de vinculación entre la religión y la violencia, abusos e injusticias.

El resentimiento hacia lo religioso rezuma (en especial contra el catolicismo) en el citado artículo, y es una lástima descubrir que un intelectual como Marías se deje seducir por esta clase de prejuicios y reproduzca los tópicos del pasado (que si la Inquisición, las procesiones…). Mejor es saber que la religión no está de moda ni para criticarla. Y también propondría a Javier Marías que analizase de dónde procede su animadversión personal hacia lo religioso.

A. Castiñeiras Bustillo. Aguadulce (Almería)

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