Recaudación encubierta
Me remonto a una noche de verano, en una zona céntrica de Madrid. Estando un pequeño grupo de personas, algunas consumiendo alcohol, en un parque sin viviendas y de forma tranquila, nos vimos abordados por un coche de policía con el pretexto de comprobar la mayoría de edad de los presentes. Todo quedó en eso, una comprobación rutinaria. Varios meses después, sólo los varones recibimos la notificación de denuncia, en la cual incluso los agentes certificaban que nos habíamos negado a firmar. La sanción estaba ya en proceso de ejecución.
Interpuse un recurso, basándome en la falta de pruebas sobre el alcohol consumido (ya que nada fue requisado, ni se hizo ninguna prueba con un alcoholímetro o algo similar), la cual fue desestimada. El coste para ser representado en el Tribunal Contencioso-administrativo es superior a la sanción, la cual debe ser abonada aun entrando en juicio, esperando con suerte poder ganar el pleito y recuperar la cantidad. Con esto, se consigue que la gente ni se plantee recurrir a esta vía, abonando finalmente la sanción. Queridos ciudadanos, así actúan nuestros “agentes municipales” y así funciona nuestro “sistema judicial”.— Daniel Clemente Utiel. Madrid.
Acaba de llegarme la multa. Un total de 60 euros por introducir mal la matrícula de mi coche en un parquímetro de una calle madrileña. Un solo número equivocado y zas, papelito al canto. De nada ha servido mi pronta reclamación. No había mala fe y no se cometía infracción alguna. Estaba bien aparcado, tenía bien colocado el tique correspondiente, no había superado el tiempo límite y había pagado lo que le correspondía a mi tipo de coche, de casualidad idéntico al de la matrícula equivocada. No han querido entender, o quizás sí lo han entendido, pero han considerado que era mucho mejor aprovechar el despiste y cobrar la multa. Expongo el caso, más frecuente de lo que pudiera parecer, como una prueba más del abuso y del desprecio que sufrimos los madrileños cuando se trata de incrementar las arcas municipales. Y también para que tengan cuidado.— José Manuel de Miguel Garcinuño. Madrid.
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