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Columna
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Continuidad

Y además: ¿quien va a defender a esos pobres, mudos animales, si no lo hacemos nosotros?

Rosa Montero

El ISIS proyectó en Siria, en una pantalla gigante en una plaza, el video atroz del jordano abrasándose. Vi con desmayo en Internet a una linda quinceañera aplaudiendo y riendo con el mismo embeleso con que contemplaría al cantante de moda. El jordano, despojado de su humanidad, cosificado, no era más que una excusa para multiplicar la cohesión delirante y fanática, la pertenencia a la horda. En estos días el Senado español tramitará las leyes sobre los animales dentro del proyecto de reforma del código penal. El Observatorio Justicia y Defensa Animal lleva años trabajando para que haya un avance real en este tema. Hay que conseguir que la pena por un maltrato especialmente cruel sea de dos años y un día, lo que permitiría encerrar a esos canallas. Hasta ahora, se haga la aberración que se le haga a un animal, el verdugo jamás va a la cárcel. Con la reforma será penada la explotación sexual de los animales, pero por desgracia el nuevo código no castiga el abuso sexual si no media dinero. Esta práctica sádica y brutal es más común de lo que se cree. El Observatorio ha reunido 160.000 firmas en contra y pide que no perdamos esta oportunidad de igualarnos a los demás países de nuestro entorno: Alemania, Francia, Reino Unido... ¿Les parece que he dado un salto mortal en el vacío al pasar del espanto indecible y enloquecedor del jordano al humilde pero también indescriptible sufrimiento de las bestias? Yo, en cambio, considero que hay una clara continuidad en ello. Que, si aprendemos a sentir empatía por todos los seres vivos, nos será más fácil no cosificar a nuestros semejantes, no aceptar el dolor y el horror con esa nauseabunda banalidad. Y además: ¿quien va a defender a esos pobres, mudos animales, si no lo hacemos nosotros?

 

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