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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una justa reivindicación

Frente al catastrofismo sobre el pasado, Guerra elogia los mejores años de España

La jubilación de Alfonso Guerra es otro símbolo de la renovación de la vida pública que comenzó en 2014 con la jefatura del Estado y siguió por el relevo en el liderazgo del PSOE. Más allá de que el Congreso pierda al único diputado que lo ha sido durante 37 años, su marcha apunta la necesidad de ceder el testigo y abordar cambios en una sociedad necesitada de nuevas energías.

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Con razón Guerra reivindica los 40 últimos años como los de una historia de éxito: los mejores de España. Él fue protagonista de una época de gran creatividad en la que se forjó el marco de la convivencia simbolizada por la Constitución y las prácticas democráticas y sociales que cambiaron la vida pública tras la dictadura. No estamos ahora en esas; pese a la ligereza de los que arremeten contra el régimen del 78, este tiempo es el de reformar y modernizar las piezas de un sistema democrático desgastado, pero esencialmente bien inventado.

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Al evocar la biografía de Guerra se puede destacar su papel en la transformación de un pequeño partido en una formación capaz de obtener 10 millones de votos en 1982 y de gobernar. Fue un hombre de partido: colaboró decisivamente en la sala de máquinas del PSOE, avalando la innovadora figura de Felipe González. Pero fue relevante su contribución al consenso constitucional. Exponente de esa izquierda que se opone férreamente a los nacionalismos, su última aportación significativa se produjo desde la presidencia de la comisión constitucional del Congreso, en la que se llevó a cabo el cepillado del Estatuto de Cataluña para adaptarlo a la Constitución.

También es el arquetipo de esos dirigentes que conciben los partidos como bloques casi monolíticos. De ahí la mano de hierro con que gobernó el PSOE hasta bien entrados los noventa, en que se rompió su acuerdo tácito con González y quedó al descubierto la aversión que suscitaba en parte de sus filas, no inferior a la que despertaba entre múltiples adversarios externos a los que fustigaba sin conmiseración. Forzoso es reconocer la prudencia y sentido institucional con la que se ha conducido después.

Guerra deja huella en la historia de uno de los principales partidos de España, y su persona evoca una dirigencia con más aciertos que errores. No hay que olvidar a los constructores de la democracia en momentos en los que el populismo aprovecha las debilidades de funcionamiento para tratar de imponer una lectura catastrofista del pasado reciente con la que justificar la extracción de ventajas políticas.

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