Lo que esconde la primera piedra
Cuando era un niño, el jugador de fútbol Daniel Carvajal colocó junto a Alfredo Di Stéfano la de la Ciudad Deportiva de Valdebebas
Una raqueta de tenis, los periódicos del día y la bandera de las islas Baleares. Esos son algunos de los objetos que guardó Rafael Nadal, el hombre que lo ha ganado todo de Roland Garros a Wimbledon y de Nueva York a Melbourne, en la urna sepultada bajo la primera piedra de la academia que piensa inaugurar el verano de 2016 en Manacor y que en el futuro tendrá 17 pistas de tenis y 4 de pádel, un campo de fútbol-7, una piscina, un polideportivo, una residencia, salas de proyecciones… Una auténtica universidad donde aprender a devolver los golpes y a pasar la red, dos cosas nada fáciles en este mundo de todos los demonios.
La ceremonia de colocar la piedra angular de un edificio proviene de la mitología cristiana y tiene su origen en el símbolo de la piedra de la fundación y en la frase que, supuestamente, Jesucristo le dijo al apóstol Pedro: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”. En realidad, aquel pescador de Galilea se llamaba Simón y el nombre de Pedro ni existía, pero el hijo de Dios se lo cambió porque su significado en hebreo, “roca firme”, daba a entender que su fe era sólida y que en esa clase de firmeza era en lo que debía asentarse el nuevo culto. De acuerdo con esa leyenda, cuando en la antigüedad se construía un templo era costumbre tallar a cuchillo algunas figuras religiosas en su piedra angular y horadarla para esconder dentro alguna reliquia de un santo o un mártir; después se ponían sobre la cruz de madera que marcaba el punto donde iba a situarse el altar y se pronunciaba un salmo que dice: “La casa que no edifica el Señor, en vano se afanarán en levantarla los constructores”.
La superstición se ha mantenido y ha cruzado fronteras, además de pasar del ámbito religioso al civil. En su libro Las afinidades electivas, Goethe cuenta de qué manera se llevaban a cabo esos ritos en Alemania y señala que los presentes solían tener el privilegio de enterrar algo a modo de ofrenda y golpear tres veces la piedra con un pequeño martillo para llamar a la fortuna y asegurarse un sitio en la posteridad, aunque fuese bajo tierra. En España, la primera piedra del Congreso de los Diputados la puso Isabel II para celebrar su mayoría de edad y su coronación. La paleta que utilizó en aquel acto se expone allí mismo, en las Cortes. En Estados Unidos, el 12 de octubre de 1792, fecha en la que se conmemoraba el tercer centenario del descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón, otro ciudadano español, Peter Casanave, colocó la primera piedra de la Casa Blanca en Washington, la ciudad de la que llegaría a ser alcalde cuando aún se llamaba Georgetown.
Hoy día, la piedra labrada se ha convertido, la mayoría de las veces, en una urna de cristal, y las reliquias, en metáforas más contemporáneas, entre las que no suelen faltar un diario y algunas monedas. A esa urna se le da el nombre inquietante de “cápsula del tiempo”. En Japón, normalmente no las ponen en el subsuelo, sino en la pared, como si fueran un nicho, las llaman Teiso, depositan en ellas los planos del inmueble y algún tipo de mensaje. No sirven para celebrar su inicio, sino su fin, así que lo que queda cincelado en la lápida que las cubre es el año y el mes en que se acabó.
Goethe estaba en lo cierto y poner la primera piedra de una obra arquitectónica da buena suerte: cuando era un niño, el jugador de fútbol Daniel Carvajal colocó junto a Alfredo Di Stéfano la de la Ciudad Deportiva de Valdebebas. Nueve años más tarde volvió allí para ponerse la camiseta del primer equipo del Real Madrid y triunfar.
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