La bolsa de la basura
Aunque su despacho cae un poco lejos de nuestras cocinas, sus decisiones nos afectan como si viviera en el piso de al lado
Este señor al que le encanta tocar la campanilla se llama Jean-Claude Juncker y es el presidente de la Comisión Europea. Por entendernos, hablamos del jefe de Estado y primer ministro de todos y cada uno de nosotros. Dependen de él los comisarios, los presupuesto, la supervisión de los trabajos en marcha, los proyectos legislativos… Nada escapa a su control, a su vigilancia, a su examen. Aunque su despacho cae un poco lejos de nuestras cocinas o de nuestros cuartos de estar, sus decisiones nos afectan como si viviera en el piso de al lado. Nos perturba si pone la música demasiado alta, si permite ladrar al perro durante horas, si se pasa el día colgando cuadros, si deja la bolsa de la basura en el descansillo de la escalera.
Pues bien, este señor al que el Parlamento Europeo ha votado por mayoría absoluta para un mandato de cinco años, viene de Luxemburgo, donde, siendo ministro de Finanzas, firmó pactos secretos con una serie de multinacionales que, gracias a él, evaden legalmente sus impuestos en diferentes países de la Unión, España entre ellos. Todo es legal, arguyeron las autoridades luxemburguesas cuando saltó el escándalo, sin advertir que el problema, precisamente, era ese: su legalidad. Ya sabemos que es legal que los ricos no paguen y que eludan las penas de prisión y que se pongan el mundo por montera. Y eso es lo que tenemos que modificar para que la Unión sea un poco decente, pero, sobre todo, un poco unión. ¿Será posible el cambio teniendo de mandamás al señor de la foto, que toca la campanilla financiera con la mala fe con la que la tocaba Rato?
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