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Columna
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Un escombro tenaz

Eso somos, como país y como seres, fatuos personajes y hechos que muestran un lenguaje de extrema arrogancia, incapaz de generar confianza en los otros

Juan Cruz

Para prevenir el apresuramiento hay que leer poesía. En estos momentos concretos me permito recomendarles el poema Para que yo me llame Ángel González, del gran poeta asturiano tan añorado. “Para que yo me llame Ángel González / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo”.

El recuento de lo que sucedió hasta que pesara el hombre sobre el suelo antecede a un corolario escalofriante que Ángel recitaba con el entendimiento de que estaba describiendo una metáfora de los hombres y de los países: “Yo no soy más que el resultado, el fruto, / lo que queda, podrido, entre los restos; / esto que veis aquí, tan solo esto: / un escombro tenaz, que se resiste / a su ruina, que lucha contra el viento, / que avanza por caminos que no llevan / a ningún sitio”.

Y acaba el poeta poniendo en su sitio la ambición o la esperanza: “El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento...”.

Reduciendo a escoria el lenguaje van avergonzando de sí mismo a este país

Eso somos, como país y como seres; fatuos personajes y hechos van diciendo otra cosa, y diciéndose otra cosa, mostrando un lenguaje de extrema arrogancia, incapaz de generar confianza en los otros.

En el apresuramiento por mantener el poder o por arañarlo como sea, por pesar sobre el suelo antes de ser e incluso antes de convencer, no están unos u otros: estamos todos. Los escuchas por la mañana explicando por qué viajaron a Tenerife a trabajar allí en pos de la patria, o los escuchas, al pasar, decir que los expresidentes son esqueletos de los que deberían avergonzarse unos más que otros, pues los suyos no son esqueletos y ni siquiera espuma de la corrupción que alienta en el bajo vientre de este escombro tenaz que ahora pisamos. Y escucho a los tertulianos simpáticos (Bastenier dice que no son periodistas) bailarle el agua al político locuaz que dice aquello de los esqueletos y al que el periodista que no lo es le ríe la gracia regalándole la siguiente pregunta:

—¿Y qué opina del quilombo de Cataluña?

Así, reduciendo a escoria el lenguaje, haciendo que todo parezca deleznable y burlable, a este país que es “un escombro tenaz, que se resiste a su ruina”, lo van avergonzando de sí mismo, presa de “la enloquecida fuerza del desaliento...”.

Hace años le pregunté a un escritor colombiano, cuando en ese país la violencia era un túnel infinito, cómo se iba a arreglar aquella ruina tenaz, y él me dijo: “Esto lo arreglan cincuenta años o un poeta”. Probablemente aquí también se necesitarán ese medio siglo (luego no han sido tantos) o un poeta, o al menos una manera de decir, un lenguaje más respetuoso con lo que hacen o dicen unos y otros, una prosa política y periodística menos arriscada y menos burlona.

El crítico José María Pozuelo Yvancos decía el otro día en el Instituto Cervantes, hablando del poeta José Manuel Caballero Bonald, amigo de Ángel González, coetáneo, que el jerezano respondía al “desafío de saberlo decir”. Entre las ruinas que España padece, desde arriba abajo, pasando por nosotros, los periodistas, es que no acepta el desafío de saberlo decir, y esto nos convierte en un escombro tenaz, que se resiste a su ruina... Ojalá un poeta les dé palabras a los que no saben decir nada que pese sobre el suelo.

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