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Columna
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La confusión

Todavía hay quien considera España un Estado confesional. Conviene ser precisos. Es un Estado confusional

Manuel Rivas

Todavía hay quien considera España un Estado confesional. Conviene ser precisos. Es un Estado confusional. La metáfora perfecta la proporciona El Jefe Fernández Villa al declararse incapaz de explicar el origen de su inexplicable fortuna debido a que padece el “síndrome confusional”. Por lo visto, un síndrome invasivo, que consiste en embrollar lo sencillo hasta convertirlo en inexplicable, mediante una operación de desinteligencia. El sabio liberal James Bryce definió la democracia como el arte de contar las cabezas y no de romperlas. Como estamos en un Estado democrático confusional, aún no sabemos si en Cataluña se van a contar cabezas o romperlas. ¿Cómo se ha llegado a esta víspera de angustia? Tal vez en Cataluña se esté pensando demasiado con el corazón. Pero los actuales gobernantes del Estado son prisioneros de una operación de desinteligencia puesta en marcha hace tiempo. Un Estado no se deja destornillar como un electrodoméstico, pero resulta un trasto obsoleto si no integra la diferencia y es monopolizado por profesionales de la hostilidad. El “síndrome confusional” impide también ver el más allá de la corrupción: al negarse la evidencia de la Caja B, España acaba encajonada en una política de serie B. Incluso cuando el presidente quiere ser optimista el suyo es un optimismo confusional, compungido: “La economía va bien, todo va mal”. La reacción ante la oleada de Podemos también parece dictada por una operación de desinteligencia: crear un “enemigo”. En realidad, Podemos supone un estadio inteligente de la indignación. El síndrome confusional no afecta solo a España. ¿Recuerdan los PIG’s? Esa fue la denominación acuñada por el pijerío de la City para estigmatizar a los países del sur de Europa. Ahora, caso Juncker, ya sabemos donde estaba el cerdo. En el paraíso de Luxemburgo.

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