Mejor desigual que pobre
La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a una comida en la que participaban periodistas, investigadores y políticos para hablar de desigualdad económica, ese fenómeno creciente que varias organizaciones han visibilizado y denunciado estos últimos días. En un momento de la discusión se planteó si la desigualdad interesaba o no a los medios y a la gente. Un periodista afirmó que la desigualdad no interesa a los medios ni a la opinión pública españoles. Pero tras analizarlo llegamos a la conclusión de que lo que no interesa es más bien la pobreza. La gente no quiere oír hablar de pobreza, la pobreza es de otros, de “los pobres”. Pero, ¿qué es la pobreza?
La pobreza tiene grados y en España, como señalaban los informes publicados hace unos días, cada vez hay más gente pobre, más niños pobres, o en el umbral de pobreza. Pobreza puede ser no poder pagar una ortodoncia a tus hijos si lo necesitan. Pobreza es no tener acceso regular a productos frescos. Pobreza es no poder hacer frente a los estudios de tus hijos o no poder acceder a ciertos servicios médicos. Muchos de los ciudadanos que esos estudios consideran pobres no son conscientes de que lo son.
La desigualdad sin embargo interesa mucho más como concepto. Para empezar no tiene esa carga negativa que arrastra el concepto de “pobre”. Desigual no califica al individuo sino que califica la situación que el individuo sufre. La desigualdad también arrastra consigo el concepto de justicia social. La desigualdad es injusta. La desigualdad no apena, sino que más bien llama a la lucha, enciende el espíritu de cambio, anima. En la situación que estamos viviendo de crisis global, política, económica y social, la riqueza extrema no aparece ya como un sueño dorado sino que resulta obscena y casi inadmisible. No hay derecho a que una persona tenga tanto dinero que tardaría más de 200 años en gastárselo a razón de un millón de euros al día, mientras que hay gente honrada que no tiene dinero para comparar libros escolares a sus hijos.
Por eso opciones políticas emergentes están triunfando hablando de desigualdad. No hace falta dar nombres. Los enfoques que subrayan la importancia vital de los servicios públicos esenciales como la salud o la educación están hablando de lucha contra la desigualdad porque esta es una de las formas para combatirla. Cuando se menciona que los que más tienen deben pagar por lo menos lo mismo que los que no tienen tanto también estamos hablando de desigualdad. Cuando alguien hace referencia a luchar contra los paraísos fiscales o mantener la ayuda al desarrollo también está hablando de justicia social. Y es un discurso que parece ser que la sociedad española demanda y premia.
Explicaba Winnie Bryanyima, la imponente ugandesa que presidía la comida, que ella era hija de una profesora de escuela. Cuando cumplió los 12 años solo quedaba ella en la escuela. Todas sus compañeras estaban fuera, ayudando a sus padres en el trabajo o casadas en matrimonios arreglados. Winnie fue a la universidad. Ahora sus compañeras son abuelas y Winnie paga las becas de estudios de sus nietos. La educación les hará libres de elegir y si quieren podrán dedicar su vida a luchar contra la desigualdad, como hace Winnie.
La desigualdad es el gran tema del momento y que así sea.
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