Otra educación arquitectónica 1: Cambiar de ciudad
FOTO: Jesús Granada
Tres arquitectas hablan de arquitectura y género aunque, en realidad, hablan de su vida cotidiana y de cómo viajes, trabajos, batallas, observaciones y decisiones les han ido proporcionando otra educación arquitectónica más ligada a la vida real que a las preconcepciones teóricas.
Beatriz Villanueva (Santiago de Compostela, 1973) trabaja este año en Riad. Allí da clases en la universidad femenina Prince Sultan y opina que los hombres se están acercando cada vez a las necesidades domésticas, reales, “ya que hasta ahora casi lo único en lo que se metían era en la colocación de la televisión”, bromea. “No creo que nosotras sólo sirvamos para encargarnos de asuntos relacionados con decoración y cocina y tampoco creo que el hombre sea tan torpe. Hay que romper esos tópicos”. Ella lo ha hecho. Sus dos hijos y su marido y socio en Brijuni Arquitectos, Paco Casas, también la han seguido hasta Arabia Saudí.
“Todos tenemos la obligación de poner nuestros conocimientos al servicio de la sociedad para mejorar la vida de la gente en el área que a cada cual le corresponda. Esto es aplicable a arquitectos, fontaneros o camareros”, explica. También cuenta que las consecuencias de la arquitectura no atienden a géneros: “cuando un arquitecto afronta un proyecto tiene que pensar que va a introducir un elemento artificial en un entorno y debe controlar las consecuencias, en las personas, en los barrios, e la ciudad y, como se ve por todos lados últimamente, también en el medioambiente”. Rompiendo tópicos, Villanueva se define como “muy técnica. Es mi marido quien empatiza más con los clientes”.
Defiende que una casa del siglo XXI debe huir de modelos preestablecidos. “Cada persona puede vivir de una manera distinta, con lo que no tiene sentido hablar de una única casa. Creo que la vivienda mínima ha sido uno de los peores inventos del siglo XX”, sentencia. Sin embargo, se muestra optimista: “Si en el siglo pasado conseguimos hacer viviendas más saludables, en este deberíamos ser capaces de hacer casas más cómodas y adaptables”. “Pero –advierte- el usuario debería también empezar a hacer los deberes”. ¿Qué obligaciones le adjudica al usuario? “Valorar el espacio más que los materiales y ser consciente de que su modo de vida condiciona su casa antes de dejarse llevar por una "casa soñada" basada en modelos impuestos por el sistema inmobiliario capitalista en el que vivimos”.
Respecto a lo que puede aportar un arquitecta, considera que lo mismo que un arquitecto: “Es similar a preguntar qué te aporta un dentista cuando te duele una muela. La respuesta es que te la puedes arrancar tú, pero yo no lo haría”. Acostumbrada a las mudanzas, su casa ideal es cambiante: “pero hay que tener en cuenta que no todo el mundo es capaz de vivir en la casa en la que viviría un arquitecto”.
Villanueva explica que, en las nuevas generaciones de arquitectas ve “menos cambios de lo que me gustaría y, sobre todo, no veo que se ponga en crisis la relación del poder con la arquitectura que va en contra de la evolución de ésta”. Explica, sin embargo, que desde que trabaja en Riad está empezando a apreciar a Zaha Hadid como arquitecta. “No tanto por sus obras como por lo que significa que haya llegado a donde ha llegado viniendo de un país árabe. Es un ejemplo para mis alumnas y es gratificante ver cómo se ilusionan pensando en ella. Porque aquí lo tienen mucho más difícil, por mucho que nosotros también tengamos mucho que mejorar”.
Aclara que no da clase con la abaya. “La universidad es femenina y, al estar sólo entre mujeres no tenemos que llevarla (de hecho está prohibido llevarla en las clases). Sólo tengo que ponérmela en sitios públicos, tampoco en mi barrio. Al final paso días sin ella, aunque suelo llevarla en el bolso por si me encuentro algún mutawa (policía religioso).
Explica que la casa en la que se han instalado es árabe. Quiere decir que no tiene ventanas muy grandes (para evitar el soleamiento excesivo) y que los espacios son muy generosos. Es premio Aga Khan de 1989, “arquitectónicamente muy interesante”.
“Es un dúplex con los dormitorios arriba y tres espacios separados abajo ya que, según la tradición del país, debe haber un salón para hombres, otro para mujeres y el otro es el comedor. Lo demás es muy occidental: muchos armarios empotrados, electrodomésticos para todo lo que necesites...Y tiene dos patios y una terraza encima (a los que casi ni hemos salido porque no bajamos de 40 grados en todo el día)”. Aparte de cambiar la distribución de la planta baja para tener el comedor, un salón familiar y una zona para trabajar, cuenta que no han hecho grandes cambios. “En cierto modo creo que no tengo sensación de permanencia en la ciudad y eso lo pago con la casa: quiero que siga siendo ajena a mi. La hemos manipulado lo justo para que pierda su identidad pero no queremos tampoco poseerla, como la habitación de un hotel o una casa que alquilas para pasar tus vacaciones de verano”.
Nota: Esta serie de tres conversaciones completa el reportaje de El País Semanal Arquitectas de puertas adentro que solo dio para esbozar el tema.
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