Nobeles prácticos
Los premios de Física y Química reconocen ideas que cristalizan en objetos del mundo real
Nunca se insistirá lo bastante en la importancia de la ciencia básica. Planck, Einstein y Böhr pueden considerarse legítimamente los creadores de nuestro mundo tecnológico e hiperconectado, pero su intención no era esa cuando concibieron la relatividad y la mecánica cuántica: sólo pretendían entender el mundo. Tampoco Watson y Crick descubrieron la doble hélice del ADN, el secreto de la vida, con el objetivo de revolucionar la medicina, aunque eso sea exactamente lo que está pasando ahora. La élite científica repite sin cesar que perseguir las aplicaciones prácticas estrangula la investigación, y que los grandes avances del conocimiento que transforman el mundo son producto de una ciencia libre, sin objetivos a corto plazo y movida en último término por la curiosidad intelectual. Todo esto es cierto, y un buen mensaje que transmitir a quienes ponen el dinero, que en realidad somos todos los ciudadanos, o al menos todos los que pagamos impuestos.
Pero, como ya advirtió Einstein, las cosas deben simplificarse todo posible, pero ni un milímetro más. Y aunque el avance del conocimiento es sin duda la clave del desarrollo tecnológico, también es obvio que no basta por sí mismo para transformar el mundo.
Una parte esencial de la actividad científica, tal vez incluso la gran mayoría de ella, está dedicada de lleno a convertir las grandes ideas en no menos grandes aplicaciones que generan crecimiento económico y, al final, mejoran la vida de las personas, o tienen ese potencial en una sociedad decente. Los premios Nobel de Física y Química que acaba de conceder la Academia sueca suponen un reconocimiento explícito de esa labor de apariencia humilde pero tan importante en el fondo: un rayo de luz azul que le faltaba al LED (diodo emisor de luz en sus siglas inglesas) para complementar al rojo y al verde y producir una luz blanca de bajo consumo energético —y que también es el fundamento de los lectores de DVD y Blu-ray—, y unas técnicas microscópicas de tal ingenio y poder de resolución que permiten penetrar en los secretos de la célula viva con una profundidad sin precedentes.
Son grandes ideas sin la menor duda, pero que ya han abandonado el ámbito platónico para cristalizar en objetos del mundo real. Bienvenidas sean.
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