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Columna
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Los ojos

La prensa se vende ahora con un surtido de promociones. La más común, supongo que por la crisis, son los juegos de cuchillería. Yo echo de menos un colirio

Manuel Rivas

Lleva ocho décadas transformando el humor en una energía alternativa. Cuando le falló la vista y empezó a verlo todo borroso, se defendió generando todavía más chispa. Con dos cataratas, decía, me van a declarar parque natural. Después de operarse, y recuperar la visión, Margarita nos sorprendió con una irónica declaración de tristeza: “No me gusta nada lo que veo”. En Poesía clásica china, Guojian Chen explica que para mostrar repudio por algo que resulta sucio o indigno existe la expresión “lavarse los ojos”. Y un poema de Li Bai habla de un legendario ermitaño que hizo eso, lavarse los ojos, cuando le transmitieron una propuesta que consideró degradante: incorporarse al gobierno. Estos días es noticia destacada en todos los medios de comunicación la salida de un nuevo modelo de móvil. El cacharro se presenta como una revolución. Pero lo revolucionario hoy sería que incluyese un sistema operativo para lavarse los ojos. La prensa se vende ahora con un surtido de promociones. La más común, supongo que por la crisis, son los juegos de cuchillería. Yo echo de menos un colirio. Algo para lavarse los ojos. Y la televisión conviene verla con una palangana de agua con las siete hierbas de San Juan. Esto de lavarse los ojos después del noticiario no nos lo enseñaron en la facultad de Ciencias de la Información. Lo he tenido que aprender de gente como Margarita y un poeta chino del siglo VIII. Esta semana no he parado de lavarme los ojos. Nunca pensé que llegara a aplicarse la extrema corrupción de negar a los inmigrantes la asistencia sanitaria. Ya tenemos nuestros ‘intocables’. Va un tuit de Confucio: “En un país bien gobernado, la pobreza es algo que avergüenza; en un país mal gobernado, la riqueza es algo que avergüenza”. ¿Cómo lavar tanta vergüenza?

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