‘Heart’, ‘cor’, corazón
La posibilidad de que Cataluña deje de ser parte de mi país me parte el corazón
Cameron y Rajoy tienen entre manos un asunto que cada uno ha abordado a su manera, el inglés aplicando el espera y verás y el español aplicando el ya verás si esperas. Las estrategias de ambos se parecen, pero el final del trayecto los ha conducido a los dos a llevarse la mano al corazón. Y aunque muchos digan (o digamos) lo contrario, en el caso español no sólo a Rajoy se le ha ido la mano al corazón. Mucha gente la tiene ahí.
Heart, cor, corazón. No es raro, es inevitable. Al final de todo está el corazón; incluso cuando votas, ahí está el corazón; hasta el último latido, hasta el último aliento te acompaña el corazón. Es como la víscera del criterio.
La relación de España con Cataluña (en nuestro caso, los escoceses van por otro lado, aunque aquí los usemos de espejo) ha sufrido un acelerón desde que Rajoy le dijo por primera vez "no" a Mas en La Moncloa, éste tomó el tren y allí le esperó la sociedad civil para decirle héroe y ponerlo a andar. Desde entonces el razonamiento se ha nublado y de un lado y otro nos hemos dicho de todo, como si las palabras borraran lo que nos juntó en los más diversos frentes. El corazón sobrevoló la cuestión y se puso de manifiesto como núcleo del debate; entonces empezaron a repartirse culpas (la cerrazón castellana, la pela como balón de reglamento de Mas y los suyos). Lo cierto es que ahora el corazón (el cor) va a mil por hora.
Josep Cuní dijo el viernes último en Hoy por hoy de la SER que ya nadie puede decir que fue un suflé. Pues sí que lo pareció al principio; así se dijo, con la esperanza de que pasara como el suflé de Lhardy, que acaba dejando un gusto más a fiesta que a almíbar. Ya no es un suflé, ni un lío, como dijo uno de los actores de este drama, sino una cuestión que va más allá de la política y ataca sobre todo a cuestiones del corazón. Que son en realidad las más graves. El corazón es una víscera grave, cuidado con ella.
La posibilidad de que Cataluña deje de ser parte de mi país a mí me parte el corazón
Cameron dijo que a él se le partiría el corazón si Escocia rompía Reino Unido. Como los políticos en ejercicio y con poder (y, por supuesto, los que aspiran a tenerlo) no dan puntada sin hilo, y como ahora se estudian tanto lo que han de decir, es improbable que el atildado gobernante inglés dijera eso porque se le ocurriera en el instante. Le habrán dicho (supongo) que a su campaña a favor del no a la independencia le faltó corazón, alma, palabras que condujeran a esa víscera y a esa entelequia. Y ahí puso la palabra corazón, ya que no había puesto el corazón propiamente dicho. Y a Rajoy, que es de la misma línea de pensamiento (espera y verás), debieron decirle lo mismo aquellos que le guían por el lado de las palabras públicas, así que explicó lo del corazón de los españoles generosos, capaces de donar el suyo a otros compatriotas suyos sean gallegos, catalanes o madrileños. Rajoy lo dijo en una reunión sobre trasplantes, así que pareció pertinente; Cameron lo dijo a bote pronto, como si efectivamente le saliera del corazón.
Los ciudadanos sin poder político ni aspiraciones de ese orden también tenemos corazón. Borges decía que uno de los problemas del corazón (y de las patrias) era que se había llenado de banderas, y que así se desviaban los sentimientos hacia enfrentamientos que acabarían mal, como un suflé mal hecho. Desde esa perspectiva borgiana, la posibilidad de que Cataluña deje de ser parte de mi país a mí me parte el corazón. De otra manera no sé decirlo, la verdad.
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