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Columna
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Desdentados

Lo que tal vez quede del quinquenio de Hollande es su forma de nombrar a la gente pobre: los “desdentados”

Manuel Rivas

El cuerpo es el primero que reacciona ante ciertas noticias. Se ponen los pelos de punta. Se abisman los ojos. Tiemblan las ventanas de la nariz. Se revuelven las tripas. El ciático trasmite un cablegrama a la rodilla. Se nublan los sentidos. A mí, de vez en cuando, se me cae un diente. Como quien se baja de la Historia. Al principio pensaba que era una metáfora. Un derecho humano convertido en un desecho humano. Pero no, es un hueco verdadero de extrema nostalgia. Esta vez se me ha caído uno por culpa del presidente francés. Hollande no fue elegido por la grandeur de la dentadura, sino porque traía algo de esperanza en la boca para conjurar el Malestar europeo. Frenar la desigualdad y poner coto al sadismo económico. Pero en su disfraz de hombre corriente escondía la tercera caricatura de Luis Napoleón. Después de la resentida revelación de su ex, Valérie Trierweiler, lo que tal vez quede del quinquenio de Hollande es su forma de nombrar a la gente pobre: los “desdentados”. Será su marca. En un patético blasón podrá colocar esa leyenda: Sen-dents.A mí ya se me había caído un diente con Sarkozy, cuando le espetó el “Cass’toi pov’con” (¡lárgate, gilipollas!) a un campesino que no quiso darle la mano. Y uno más, con la diputada española Fabra. Fue ella gritar “¡Qué se jodan (los pobres)!”, y allá va, otro diente al carajo. El último caído fue con la noticia de la sanción al bombero coruñés que se negó a participar en el desahucio de una anciana. Creí que le iban a dar la medalla al Mérito Civil, y le han puesto una multa de 600 euros. Menos mal que en Brasil, el campesino Ze Gomes, de 90 años, agradece al Gobierno federal que le hayan puesto una nueva dentadura.

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