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Columna
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Formol

Se acicala a las momias para que no merme su utilidad. Una y otra vez, aunque el mundo cambie alrededor del cadáver

A un faraón muerto ya no le importa lo que hagan con sus restos pero los vivos lo acicalan para que no merme su utilidad. Una y otra vez, aunque el mundo cambie alrededor del cadáver. Lenin pasó de ser el símbolo de la inmortalidad del imperio al de su anquilosamiento.

Ronald Reagan fue un cadáver que comenzó a ser enarbolado cual meñique de santo, cuando todavía palpitaba. Desde entonces no ha dejado de ser utilizado para justificar toda clase de barbaridades parecidas a las que hizo en vida.

El pedazo de momia que vi en persona pertenecía a Álvaro Obregón, genio militar y uno de los diseñadores del Estado mexicano moderno. Cuando Obregón perdió el brazo derecho en la batalla de León éste fue recuperado y luego conservado en un monumento construido ex profeso. El monumento era destino frecuente para esas excursiones a las que llevan niños de primaria. Recuerdo que su interior era oscuro y que había un como abismo al cual uno se asomaba y ahí abajo, iluminado por una luz sucia, se veía el brazo de Obregón flotando en formol.

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Por más absurdo que parezca exhibir un cachito de prócer durante décadas, hay una explicación razonable: era un selfie que era a la vez un objeto didáctico. Obregón decía que habían encontrado el brazo entre tanto cadáver gracias a que un soldado lanzó una moneda al aire y el brazo se levantó para atraparla. Es la mejor definición de una clase política voraz, más allá del partido al que pertenezca. Quizá por esa escalofriante precisión es que en el sexenio de Salinas cremaron el brazo y entregaron las cenizas a la familia. Era demasiado grotesco para una época en la que el saqueo se hace de manera más refinada.

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