Castigo
Este año ya no habrá siega, ni vendimia, ni otra cosecha que no sea la resignación
A media tarde el nublado descarga un furioso pedrisco sobre los trigales, los viñedos y todos los frutales. Después de esta maldad sale el sol y los pájaros se ponen a cantar la gloria del Creador. Este año ya no habrá siega, ni vendimia, ni otra cosecha que no sea la resignación. El campesino se pasea entre los surcos de su huerto desolado y eleva la mirada al cielo. Dios lo ha querido, alabado sea. Puede que el campesino cambie esta jaculatoria por una blasfemia. Da igual. Son la cara y cruz de una misma y vieja plegaria. El campesino recuerda que esperó que lloviera en noviembre para que hubiera una buena sementera. Sembró el trigo, cuidó que germinara, vio con alegría que los trigales se ondulaban con la brisa de abril, esperó a que cuajaran las espigas y después de mucho sudor, estando el trigo granado, el cielo le ha mandado piedras del calibre de huevos de pato y en un cuarto de hora Dios lo ha segado todo. El campesino también esperaba que aquellos sarmientos que podó con esmero darían un vino excelente para alegrar nupcias y fiestas, pero este año el Creador ha tenido el capricho de beberse todo el vino él solo de un trago. El campesino vio florecer el azahar de los naranjos, se gastó todos sus ahorros para que cuajara el fruto. Desde la primavera luchó a brazo partido contra toda clase de pestes y miserias. Apartando las ramas contemplaba con placer cómo su trabajo tenía merecida recompensa. Pero esta vez, en pleno verano, el dios de la naturaleza ha querido comerse todas las naranjas de postre en una sola sentada. Alabado sea el Señor. Plagas, heladas, sequías, pedrisco, incendios, inundaciones, castigos que duran tres mil años, desde que Caín decidió hacerse agricultor. ¿Crisis? Al oír que en la ciudad se quejan de la crisis el campesino sonríe y calla. Son tres mil años de resignación.
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