Jordi Socías vs. Europa
Recorremos el mundo a través de las imágenes de 125 años de ‘National Geographic’. Cinco grandes fotógrafos españoles son los invitados especiales a este viaje por los cinco continentes
Una profunda carcajada evoca una anécdota que había quedado sumergida en los años sesenta. ¿De qué se ríe? Son solo un montón de trapos, la mayoría de ellos paños menores, pendiendo de lado a lado de la calle en un rincón perdido de la Génova de principios del siglo pasado. A Jordi Socías esta imagen le lleva a rememorar improvisadamente su primer viaje a Italia. Ni siquiera fue a Génova, sino a Nápoles, pero el azar ha querido que ese momento que hasta hace unos segundos parecía lejano sea el que vuelva a su memoria. “Nos dijeron que tuviéramos cuidado con los ladrones. Nada más llegar nos robaron todo lo que teníamos a los cinco que íbamos en aquel coche diminuto. ¡Menudos primos!”, relata. Por aquel entonces, Socías ni siquiera se dedicaba a la fotografía, era vendedor de relojes. Con eso se ganaba la vida, hasta que empezó a seguir cursos por correspondencia para aprender la profesión. París, Roma, Ámsterdam… En un momento en el que muy pocos españolitos pasaban de los Pirineos, en la década de los setenta, él ya había recorrido medio mundo. Y se lo había guardado en su cámara. Aprovechó esos viajes para empaparse de los grandes. Era la época de Cartier-Bresson, Avedon o Halsman.
Socías es así: alguien que se ha adentrado en la zona radiactiva de Fukushima tras el tsunami que devastó Japón en 2011 o que ha compartido tres días de su vida con Dalí, pero que no se precipita a vomitar anécdotas de las que muchos presumirían. Dice que se aburre a sí mismo contando batallitas. “¡Ojo! Pero no porque no dé importancia al trabajo”, advierte, “tengo el mejor oficio del mundo. Puedo contar cosas con una maquinita. Eso es impagable”. Así resume su labor a la vez que opta por relatar cómo le saquearon en Nápoles cuando era un veinteañero.
Socías ve en el relato visual que National Geographic hace del continente europeo una historia de contrastes. La Europa que se sienta a la mesa con humildes viandas y Stalin presidiendo la reunión familiar, como si fuera uno más, una presencia constante y silenciosa, y la Europa que se asemeja a las portadas de Vogue, la de las chicas lustrosas en biquini a la orilla de la playa. La gran parte de su selección pertenece a un periodo que él no conoció: el de entreguerras. En ese momento en el que la desigualdad se hacía patente en pequeñas escenas cotidianas. Socías se fija, por ejemplo, en la última tecnología del avión que sobrevuela la playa de Alemania en la imagen de Wilhelm Tobien de mediados de la década de los treinta y la compara con el mecanismo rudimentario que los bañistas usan para cambiarse de ropa. Ese modelo de aeroplano se utilizaría posteriormente para bombardear ciudades enteras en la guerra más sangrienta que asoló el continente.
125 años de National Geographic
La materia prima son los apabullantes archivos de la publicación estadounidense, cuyas cámaras han recorrido todos los rincones del mundo desde 1888, y que ahora la editorial Taschen recupera en tres lujosos volúmenes.
Hubo otras imágenes que sí sintió el propio Socías en su piel, como el desencanto del comunismo del que fue testigo. “Con una simple escena familiar, la foto de Georgia transmite muchas cosas. Te hace ser consciente de hasta qué punto Stalin formaba parte de la vida cotidiana. Yo recuerdo cuando estuve en Alemania y vi el Muro”. ¿Qué representaba para él esa barrera entre dos mundos? “Aquello simbolizaba el fracaso del comunismo”, sentencia. Fue en un viaje para entrevistar a un filósofo que vivía en la parte oriental del Muro. José Martí y Josep Ramoneda eran los redactores; Socías, el encargado del retrato. “Fue muy especial y duro. Para todos los que creíamos en el marxismo fue un impacto ver esa realidad. Creíamos que el comunismo no hacía esas cosas”, apunta.
Su lectura de la foto de Turquía es particular. Podría fijarse en el humo negro que emana del barco, los minaretes que perfilan el horizonte o los barcos amontonados en el puerto, que denotan una actividad marítima frenética en la ciudad en la que Oriente y Occidente se acarician. Pero Jordi Socías se acerca a la pantalla de su ordenador en su casa-estudio en la que recibe al visitante una estantería llena de recuerdos de todos los lugares en los que ha estado y señala los sombreros. “Mira, todos trajeados, bien vestidos, con sombreros. Yo es que soy muy de sombrero, ¿sabes?”. Y tanto. No se lo quitó ni cuando sufrió un percance en uno de sus últimos reportajes, en el camino de Sarajevo a Turquía, y tuvo que ser hospitalizado. Pedía al periodista que le acompañaba que le hiciera fotos en la camilla, y todo sin quitarse el sombrero.
“Europa acababa de salir de una gran guerra”, prosigue, “pero mira la elegancia de esta gente, la dignidad”. Se refiere a la instantánea que Maynard Owen Williams tomó en un lugar tan simbólico como el puente de Gálata, en el Cuerno de Oro, justo el brazo que une la parte más moderna de Turquía con la más antigua.
“Están ahí, al borde de una aventura, trajeados, rumbo hacia la libertad. Eso es lo que me inspira a mí esa imagen: libertad… La que te confiere las expectativas de un viaje a punto de empezar, la que genera el espíritu de aventura”. Y eso que, en realidad, muchas de las personas que la cámara del fotógrafo recogió no iban a emprender grandes viajes, sino que marchaban camino a su casa después de un día de trabajo.
Jordi Socías
Lo que más le interesa a Jordi Socías (Barcelona, 1945) es la vitalidad de las ciudades y sus habitantes. Aprendió fotografía por correspondencia y maduró observando a los grandes. Sus primeras imágenes fueron publicadas en la revista Destino y en La Vanguardia, pero fue en Cambio 16 y en El País Semanal donde desarrolló la mayor parte de su labor. Sus instantáneas reflejan una época, como la de las protestas por la matanza de los abogados laboristas de Atocha. Especialista en retratos y autor de una de las fotos más difundidas de Dalí, asegura que “todo el mundo tiene un punto de interés”. En 1980 fundó la agencia Cover, que aunó a más de 200 fotoperiodistas.
De todas las ciudades que han quedado encerradas en su objetivo, Socías se queda con sus habitantes, actores improvisados en un gran teatro que es el hábitat urbano, donde todo parece adquirir un cierto orden en el preciso instante en el que este fotorreportero hace clic. Los paisajes de Jordi Socías no se componen de árboles, prados ni montañas. A él le interesa la escena urbana, donde una chica con minifalda puede ser la heroína de la historia; un grupo de turistas, unos improvisados extras, y un maniquí, un testigo mudo de la realidad cambiante. Para este reportero gráfico, la familia de Georgia es un coro teatral; la mujer que da lecciones a los pies del Partenón, una auténtica protagonista de película, y los campesinos asturianos conforman un bodegón humano.
Este catalán de ojos vivos y sonrisa permanente, afincado en Madrid desde hace 40 años, que no ha perdido su acento, está acostumbrado a ver la realidad en blanco y negro. Sin embargo, en esta ocasión prefiere el color, un color que transmite una realidad. “Son los colores de una época”, asegura. “Parece tecnicolor, ¿verdad? Como si algunas las hubieran coloreado después”, comenta.
Cuenta que él concibe esta sucesión de fotos como el metraje de una película, lo que le ha guiado es el aire cinematográfico de las imágenes. De hecho, su primer amor no fue la fotografía, sino el cine. En la Barcelona de 1960 organizaba coloquios en los que desmenuzaba todos los entresijos de su admirada nouvelle vague.
Esta Europa de contrastes; la de las bañistas y el entierro humilde, la de la tecnología y el bodegón rural, vuelve a repetirse, en opinión de este fotorreportero, aunque con matices. Por eso, él prefiere la imagen del puerto turco. “A esta fotografía es a la que tiene que aspirar Europa, a la que mira hacia el futuro, la que destila libertad”. Para Socías, algunos de los elementos de esta serie son visibles hoy, y esto hace que su cara se torne seria durante unos segundos. La vendimia sigue adelante en los campos aunque los recolectores tengan otros rostros, mientras que el bullicio nunca ha dejado de imperar en Piccadilly Circus.
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