La ‘app’ más triste del mundo es israelí
En Israel hay voluntarios que se turnan a la espera de noticias: enseguida distribuyen las alertas con mensajes, correos o wasaps
Liliana vive a siete kilómetros de la frontera con Gaza, rodeada por un escudo antimisiles cuyo nombre es Cúpula de Hierro. A veces, además del rugido de los aviones militares, oye una explosión y ve en el aire, desvaneciéndose, esa nube de mentira y miedo que señalan a la vez, dedos minúsculos, sus dos hijos –y cae chatarra carbonizada a lo lejos. Viven en el kibutz Bror Hail, que parece una utopía, pero es en realidad un búnker: a los refugios públicos, a la habitación acorazada de cada vivienda, al blindaje de los edificios comunitarios, hay que sumarle esos túneles de colorines del parque infantil, que parecen juegos, pero son en verdad trincheras de metal. “Estos días estamos durmiendo en el refugio”, me cuenta, “porque de noche los misiles kazamim son más difíciles de detectar”.
Bibiana vive a treinta kilómetros de Tel Aviv y para ella la guerra es un fenómeno televisivo, casi lejano. Pero hace unos días las sirenas comenzaron a sonar también en ese pueblo residencial y los helicópteros Apache se volvieron tan habituales como las gaviotas. Ayer pasaron varias horas en una calma artificiosa, hasta que creyeron entender que no funcionaba el sistema de alarmas y el pánico volvió como bochorno, el doble de espeso. Lo primero que han hecho esta mañana ha sido limpiar el pequeño refugio que nunca antes habían usado, un colchón, garrafas de agua. “Hay gente del resto de Israel que se alegra de que los cohetes lleguen a Tel Aviv”, me cuenta, “para que sepamos cómo es su vida cotidiana, porque es como si sólo hubiera guerra cuando las explosiones empiezan a oírse también aquí”.
En Israel hay voluntarios que se van turnando junto a la computadora o la radio, a la espera de noticias del Ejército: enseguida distribuyen las alertas mediante mensajes de texto, correos electrónicos o wasaps. Pero las sirenas y los humanos son lentos. La luz es más rápida que los dedos y que el sonido. Hace dos años, en el último conflicto importante con el vecino encarcelado, un adolescente inventó una app que se adelanta más de un minuto a la sirena y avisa del lugar exacto donde caerá el proyectil. Liron Bar es del Salvaje Sur y está familiarizado con las alarmas, las carreras, los misiles interceptados y los que no –es familiar de los muertos. Código Rojo se llama su aportación a la supervivencia, que en Israel siempre va ligada a la paranoia colectiva. “No sabía que existía”, confiesa Bibiana. “Yo lo empecé a usar cuando salió”, dice Liliana, “pero no soportaba los pitidos, en la nueva versión se puede bajar la voz y se hace más soportable la convivencia con el teléfono”.
Según B’Tselem, el Centro de Información Israelí sobre Derechos Humanos en los Territorios Ocupados, en los últimos cinco años y hasta el pasado 31 de mayo habían sido asesinados cerca de 1.500 palestinos y unos 50 israelíes. En Palestina no hay sismógrafos tecnológicos, a duras penas tienen sirenas: como un dios de la lluvia de las sentencias de muerte, el Ejército israelí lanza desde el aire papelitos anunciando los bombardeos contra objetivos terroristas.
Y a esquivar la intemperie.
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