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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mercado único

La inversión en digitalización debería ser uno de los eventuales destinos de los fondos europeos

Emilio Ontiveros

La que ha inaugurado el semestre de presidencia italiana ha sido la primera cumbre dedicada a los retos que para Europa presenta la necesidad de extender la digitalización. Si no fuera por el escepticismo dominante sobre cualquier iniciativa europea, la Declaración de Venecia, reflejo de las prioridades del Gobierno italiano a este respecto, constituiría un buen fundamento para tratar de satisfacer algo tan elemental como la conformación de un verdadero mercado único digital en la región. Permitiría la interoperabilidad y fortalecería la seguridad, la confianza, en definitiva, entre los ciudadanos de la UE. También se avanzaría en la extensión de la banda ancha para todos los ciudadanos, en la conformación de “ciudades inteligentes” y, no menos importante, en el apoyo a la capacidad para emprender en ese ámbito tecnológico. Este último vuelve a ser un aspecto crucial para el que resulta necesario facilitar la diversificación institucional de los sistemas financieros, su desbancarización, con el fin de extender las modalidades de financiación más adecuadas a esos proyectos de prometedor crecimiento pero con mayor riesgo.

Las tecnologías podrían ser una de las vías de fortalecimiento del crecimiento económico de la UE

La realidad lo justifica: más del 40% de las empresas de la UE están lejos de la digitalización. Ese propósito contribuiría, en suma, a reducir la brecha digital que define la UE frente a EE UU y Asia, en sus infraestructuras o en el grado de interlocución digital que mantienen los ciudadanos con sus Administraciones. Y, desde luego, a fortalecer la alfabetización digital, reduciendo el riesgo de exclusión en este ámbito. Tampoco puede pasarse por alto la conveniencia de extender las posibilidades del open government en un momento en el que el cuestionamiento de la legitimidad democrática de algunas instituciones europeas y la desafección de los ciudadanos respecto de las mismas está en máximos.

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Pero además, la inversión en esas tecnologías podría ser una de las vías de fortalecimiento del crecimiento económico de la UE basado en la innovación, en la productividad en definitiva. Compensaría la erosión que esta crisis ha ocasionado sobre el crecimiento potencial de buena parte de las economías de la eurozona, como la propia Comisión Europea destacaba en su reciente económico informe trimestral.

Para ello, la inversión en digitalización debería ser uno de los eventuales destinos de los fondos europeos, y para la concreción de nuevas vías de financiación público-privadas. Es sensata la sugerencia del primer ministro italiano de que los recursos financieros nacionales asignados a esos propósitos no formen parte del cómputo del déficit público para el respeto del pacto de estabilidad. Pero en Europa hacer declaraciones, incluso fijar objetivos, no es sinónimo de que se adopten las decisiones consecuentes. La Estrategia de Lisboa o la propia Agenda Digital Europea son referencias significativas al respecto. Esta última, lanzada en mayo de 2010, era la primera de las siete líneas de la estrategia Europa 2020, destinada a conseguir un “crecimiento económico sostenible e inclusivo”, muy difícil de alcanzar, por el momento.

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