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Tribuna
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Abusos

Una violación es un crimen de largo aliento, que deja mutilada a una mujer para mucho tiempo, o para siempre

Jorge M. Reverte

Una chica aupada sobre los hombros de un novio, un amigo o un vaya usted a saber qué. La joven está partiéndose de risa, empapada en vino, y se sube la camiseta para dejar sus pechos al aire. Un montón de manos se los magrean.

Esa es la imagen, repetida con pocas variantes en la prensa. Y hay también vídeos similares que se repiten en las televisiones o en Internet.

El segundo acto de la cosa está compuesto por rotundas, enfáticas declaraciones de organizaciones feministas o portavocías de Gobiernos locales advirtiendo de que los abusos sexuales tienen que acabarse en San Fermín.

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Hay un enorme equívoco en todo esto. No casan los datos. Hasta donde yo sabía, los abusos sexuales entre personas adultas se podían considerar eso, abusos, si no había consentimiento. Si lo hay, podemos hablar de golfería, despiporre, canas al aire y cosas así. Pero nos hemos quedado todos tan a gusto. Quien ha visto a una mujer violada o que haya sufrido esos abusos jamás puede recordar el menor gesto de diversión o de disfrute. Una violación es un crimen de largo aliento, que deja mutilada a una mujer para mucho tiempo, o para siempre. ¿Por qué tienen cara de disfrutar las chicas que se quitan voluntariamente la camiseta en estas imágenes que nos enseñan para la denuncia?

Me temo lo peor: me temo que muchos medios de comunicación de nuestro país han utilizado a las gozosas y ocasionales libertinas para lanzar un mensaje de corrección política que se vuelve contra las mujeres.

Porque cualquier mujer tiene derecho a hacer el golfo. Pero nadie tiene el derecho de relacionar su decisión con los abusos y las violaciones. Hacerlo así es trivializar el asunto. En San Fermín o en un pasadizo madrileño.

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