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Inmigrantes como obras de arte

El proyecto artístico 'La Ballena’ se propone construir (con humor) un barco para trasladar bien protegidos a todos los migrantes a los museos de países desarrollados

Analía Iglesias
Dibujo de la ballena-barco que transporta a los inmigrantes.
Dibujo de la ballena-barco que transporta a los inmigrantes.

Ironía austral para un tema que cada día nos desangra literaria y literalmente, contra las concertinas de Ceuta o contra la hoja en blanco de la impotencia frente a la inequidad y la exclusión. El Proyecto Ballena es una obra de arte conceptual y La ballena va llena, el registro documental de esta obra conceptual de un grupo de artistas argentinos —el colectivo Estrella del Oriente—, que se pregunta si no se podría resolver el problema de las migraciones humanas convirtiendo a las personas en obras de arte que pudieran ser importadas por los museos del primer mundo y gozar, así, de la protección de las leyes que rigen la circulación y el cuidado de las colecciones de arte.

“¿Quién decide lo que es una obra de arte?”, se pregunta y se responde Juan Carlos Capurro, uno de los artistas: “Básicamente, lo deciden instituciones y medios legitimados. Como colectivo somos una institución, y si somos una institución nosotros también podemos hacerlo”.

El razonamiento parte del núcleo conceptual duchampiano de que una obra de arte puede ser cualquier cosa existente (ready made, ya hecha): “Si una obra de arte puede ser cualquier cosa, por qué no un ser humano”, reflexiona Capurro.

En línea con aquel quiebre emblemático en la historia del arte que fue la exposición de un urinario como obra, en 1917, por parte de Marcel Duchamp, el colectivo, integrado por el cineasta Marcelo Céspedes, el músico Tata Cedrón y los plásticos Juan Carlos Capurro, Pedro Roth y Daniel Santoro, encuentra esta particular “solución legal” al tema de la inmigración ilegal.

Una solución irrefutable, al menos desde la lógica surrealista de este colectivo que nos hace reír y reflexionar sobre temas acuciantes como el del desamparo de los expulsados de todos lados, pero también sobre la función de los mecenas, la burocracia, los compromisos (qué compromisos), las renuncias a cambio de la viabilidad de los proyectos, las miras cortas de los hacedores de formularios y liquidaciones sobre el valor transformador del arte; en fin, de la carrera de obstáculos que significa la creación y, en especial, la creación en la periferia.

“El presente trabajo de Estrella del Oriente tiene su origen en la convocatoria de la Fundación Marcelino Botín de España, y su decidido apoyo a la experimentación en el mundo entero”, reza una de las presentaciones que hace el colectivo de su propuesta.

Entrevista a Juan Carlos Capurro y Daniel Santoro, integrantes del colectivo ‘La estrella del Oriente’ y creadores de la Ballena.

Se sabe que hay una ironía típicamente rioplatense, hecha de raíces en el aire o en los barcos, también en sus paisajes de llanura casi abstracta (que diría Borges) y que tiene la densidad de ese río marrón sin la otra orilla a la vista. Densidad poética y filosófica la de este pueblo después de todas las partidas, los desgarros, los encuentros babélicos y siempre con la apariencia de estar inestablemente afincado en un triángulo en el último sur del mundo. A la vez, irreductible y capaz de propuestas tan desopilantes como hondas de denuncia.

Aquella bíblica ballena que salvaba a Jonás de la tempestad marina, vomitándolo en tierra firme, daría forma a este barco que iría recolectando a los inmigrantes que se hubieran inscripto para emigrar —previa aceptación de su ‘pase’ a obra de arte— a museos de Norteamérica y Europa. En la nave viajarían también curadores, directores de instituciones y críticos de arte. Y para ver en qué términos transcurriría una travesía semejante podemos apreciar la maqueta del barco-ballena, que exhibe elementos arquitectónicos de los museos más importantes del mundo (parte del Pompidou, detalles del Guggenheim de Nueva York o de la Tate Gallery de Londres), que culminan en el gran urinario donde se produce el pasaje simbólico de ser humano a obra.

La ballena va llena es, según Daniel Santoro, “el registro semidocumental de una gigantesca acción artística, de carácter bíblico (…) que incluyó la realización de instalaciones a lo largo de la filmación de la película”. La más importante de esas instalaciones es la del Museo Real de Budapest, una de las puertas de entrada a la Europa occidental, en donde surgieron interesantes debates como el del estatuto que tendrían las obras una vez dentro del museo, si contarían con libertad de circulación o si estarían subordinadas a lo que las autoridades decidieran sobre el uso de su tiempo y mano de obra. De ahí surgió la Declaración de Budapest, que da forma más cerrada a la idea.

El film se vio, en abril, en el último BAFICI de Buenos Aires; en mayo, en el marco del ciclo Kitsch y heterodoxia en el cine argentino de la Casa Encendida de Madrid y, la semana pasada, en el Instituto Cervantes de Rabat, en presencia de uno de los factótums del proyecto, Pedro Roth, con auspicio de la Embajada Argentina en Marruecos.

Una vez explotado todo el potencial de la “máquina migratoria” Ballena, y como su estructura fundamental es de titanio, sus creadores y los astilleros asociados han dejado escrito que esta debe llevarse para su “Fusión final” al Museo Guggenheim de Bilbao, “construido totalmente en titanio”. Allí, según rezan las indicaciones, “deberá incrustarse, dulce y pacíficamente, la Ballena, dejando testimonio de una bella página de la Humanidad, aquella en la cual los Memiaca (Mero Migrante Individual Aislado y Carente de Atributos), convertidos en OTARH (Obra Transformada en Arte Representativo Homologado), fueron aceptados por los ciudadanos culturalmente más evolucionados del mundo, brindando así una síntesis perfecta de la Aupora (Armonía Universal por el Arte)”.

La nota final de aceptación de tan vital proyecto podría contener recomendaciones sobre cómo sacudir el hastío a algunos museos que padecen una falta continuada de estímulos transformadores y de material orgánico, y así acercarles vida de verdad, proveniente de seres deseantes y con coraje.

Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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