Los nacionalistas de Europa están en marcha
El ascenso de los partidos populistas en las elecciones del 25 de mayo amenaza con bloquear una mayor integración. Un continente unificado ha sido garante de la paz entre los pueblos desde 1945
Europa se compone de naciones, y así se ha mantenido durante cientos de años. Esto es lo que hace que la unificación del continente sea una tarea política tan difícil, incluso hoy en día. Sin embargo, el nacionalismo no es el principio para la construcción de Europa. Más bien ha sido, y sigue siendo, el principio para la desconstrucción de Europa. Esa es la principal lección que puede extraerse de los dramáticos ascensos logrados por los partidos populistas antieuropeos en las elecciones al Parlamento Europeo celebradas el pasado 25 de mayo.
Esta es una lección que todos los europeos deberían haber aprendido a estas alturas. Las guerras del siglo XX en Europa, a fin de cuentas, se libraron bajo la bandera del nacionalismo. Y casi destruyen completamente el continente. En su discurso de despedida ante el Parlamento Europeo, François Mitterrand destilaba una vida de experiencias políticas en una sola frase: “El nacionalismo es la guerra”.
Este verano, Europa va a conmemorar el centenario del inicio de la I Guerra Mundial, una contienda que sumió a Europa en el abismo de la violencia nacionalista moderna. Europa acaba de celebrar también el 70º aniversario del desembarco aliado en Normandía, que fue el acontecimiento que haría inclinar la II Guerra Mundial en favor de la democracia en Europa occidental (y posteriormente, después del fin de la Guerra Fría, en favor de la democracia en toda Europa).
La reciente historia europea está llena de este tipo de conmemoraciones y aniversarios, todos ellos estrechamente relacionados con el nacionalismo. Y aún así, las esperanzas de muchos europeos parecen encontrar su expresión, una vez más, en dicho nacionalismo, mientras que una Europa unificada, la garante de la paz entre los pueblos de Europa desde 1945, es vista como una carga y una amenaza. Este es el verdadero significado de los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo.
Pero los números y porcentajes por sí solos no expresan la magnitud de la derrota sufrida por la UE. A lo sumo, en su calidad de elecciones democráticas, estas definen mayorías y minorías —y, por tanto, la distribución del poder por un periodo concreto— y no siempre garantizan una evaluación correcta de la situación política. Las elecciones ofrecen una fotografía instantánea, un momento congelado en el tiempo. Para comprender las tendencias a largo plazo, tenemos que examinar el cambio en el porcentaje de votos que reciben diversos partidos entre una elección y la siguiente.
El papel de liderazgo de Alemania crecerá, lo cual no es bueno para Alemania ni para la UE
Si el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo fuese a ser juzgado exclusivamente por el hecho de que una abrumadora mayoría de los ciudadanos de Europa decantó sus votos hacia los partidos pro-UE, el punto fundamental —el sobrecogedor aumento del apoyo a los partidos nacionalistas euroescépticos en Estados como Francia, Reino Unido, Dinamarca, Austria, Grecia y Hungría— sería pasado por alto. Si esta tendencia continúa se convertirá en una amenaza existencial para la UE, ya que bloqueará una mayor integración, que es urgentemente necesaria, y destruirá la idea de Europa desde dentro.
Francia, en especial, genera gran preocupación, debido a que el Frente Nacional se ha consolidado como la tercera fuerza política del país. “¡Conquistar Francia, destruir Europa!” se ha convertido en el próximo objetivo electoral del Frente. Sin Francia, poco o nada sucede en la UE; junto con Alemania, Francia es indispensable para el futuro de la UE. Y sin lugar a dudas, el Frente y sus electores hablan en serio.
En el corazón de la crisis política de Europa está el malestar económico y financiero de la eurozona, pero ni los Gobiernos nacionales ni las instituciones de la UE parecen poder abordar este problema. En lugar de fortalecer la solidaridad paneuropea, la angustia económica ha dado lugar a un conflicto masivo con respecto a la distribución. La que anteriormente fue una relación entre iguales ha dado paso a un enfrentamiento entre deudores y acreedores.
La desconfianza mutua que caracteriza este conflicto puede dañar irreparablemente el alma de la Unión y de todo el proyecto europeo. El norte de Europa está plagado de temores de expropiación; el sur se encuentra aprisionado por una crisis económica aparentemente interminable y por un alto nivel de desempleo sin precedentes. Los ciudadanos del sur responsabilizan a los países de norte —especialmente a Alemania— de esta situación. La crisis de la deuda en el sur, junto con las consecuencias sociales causadas por las duras medidas de austeridad, se ven en estos países, simplemente, como el abandono del principio de solidaridad por parte de un norte de Europa que es rico.
En el corazón de la crisis política
está el malestar económico y financiero de la eurozona
En un clima como este, en el que la solidaridad va en disminución, el anticuado nacionalismo recibió una victoria en bandeja de plata. El chovinismo nacionalista y la xenofobia han ido ganando peso electoralmente mientras se culpabilizaba a la UE por el colapso del bienestar de la clase media.
Dada la actual debilidad de Francia como consecuencia del resultado dramático de las elecciones y la extraña ruta de Reino Unido hacia su salida de la UE, el papel de liderazgo de Alemania continuará en aumento, lo cual no es bueno para la propia Alemania, ni para la UE. Alemania nunca aspiró a desempeñar dicho papel; la fortaleza económica del país y su estabilidad institucional han hecho que aceptar este papel sea algo inevitable. Sin embargo, la reticencia de Alemania a tomar las riendas del liderazgo sigue siendo un gran problema.
Todos los europeos tienen en sus genes políticos la capacidad para oponerse instintivamente —y también de manera racional— a cualquier forma de hegemonía. Esto también se aplica a Alemania. Sin embargo, responsabilizar a la primacía alemana de las políticas de austeridad en el sur solamente se justifica en parte; el Gobierno alemán no obligó a los países afectados a constituir altos niveles de deuda pública.
De lo que sí se puede responsabilizar a Alemania es de la insistencia de sus líderes a reducir simultáneamente la deuda y aplicar las reformas estructurales, como también su objeción a casi todas las políticas orientadas al crecimiento de la eurozona. Por otra parte, ninguno de los bandos políticos de Alemania está dispuesto a reconocer “el problema alemán” de la unión monetaria (es decir, la fortaleza relativa que tiene este país, que no la ha utilizado en favor del proyecto europeo en su conjunto).
En la actualidad, la pregunta candente es cuánto hará Alemania por ayudar a Francia con el objetivo de salvar a Europa. La presión que se ejerce sobre la canciller alemana, Angela Merkel, y sobre el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, aumentará sin duda, y dicha presión no provendrá solamente desde París, sino también desde Roma, Atenas y otras capitales.
La alternativa que en la actualidad tiene Alemania, en contraposición a la idea de cambiar de rumbo, es esperar a que los países deudores de Europa elijan Gobiernos que cuestionen su obligación de pagar. En Grecia, la suerte ya está echada. Para Europa, esto sería un desastre; para Alemania, ello sería simplemente tonto.
Joschka Fischer fue ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005, y líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
© Project Syndicate / Institute for Human Sciences, 2014.
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