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La reencarnación de Olivier Martinez

Crónica de un encuentro con el actor francés en el que desvela cómo ha renovado su título de campeón viril

El actor Olivier Martínez.
El actor Olivier Martínez.Matthew Brookes

Temas de conversación potenciales para una entrevista con Olivier Martinez: aventura, grandes travesías, coches y motocicletas. Cine (la película Las raíces del cielo, de John Huston; el realizador Ridley Scott) y literatura, en particular la del siglo XX (utopía y humanismo), escritores como Albert Camus, Céline, Blaise Cendrars, arte. España, el país de su infancia, el desarraigo, la insubordinación, la idea de la rebeldía. Bien por los responsables de prensa que se toman la molestia de elaborar un documento que sugiere por dónde pueden ir los tiros de una charla promocional. La hoja con la batería de asuntos de interés a considerar se desliza sutil junto a una escurrida biografía (laboral) de Martinez.

Al enterarse de la procedencia de su interlocutor, el actor no duda en arrancarse afable en su particular castellano de acento francés. “¡Hombre, podemos hablar de fútbol!”, exclama. Y luego algo sobre Messi y el Barcelona. Pero el periodista tiene su propia fórmula para romper el hielo, gracias:

–Permítame decirle que tiene usted pinta de chulo.

Olivier Martinez es l’homme. Literalmente, la quintaesencia de la masculinidad. Pronunciada en el francés original resulta hasta lúbrica. En español, determinante. Traducida a su imagen no tiene pérdida en idioma alguno. Así es de manera oficial desde 2006, cuando compareció por primera vez como encarnación de la entonces nueva fragancia para hombre de Yves Saint Laurent, explícitamente bautizada L’Homme. Ocho años después revalida su título de campeón viril, a pesar de los numerosos rostros famosos que ahora minan el campo de la perfumería masculina de prestigio. Y también de la visión holística extrema del director artístico de la firma, Hedi Slimane.

Puedo involucrarme en un proyecto cuando encuentro en él la energía adecuada

“Sí, chulo, superchulo”, concede el actor, todo hoyuelos al extendérsele la sonrisa, concesión a la calidez en un entorno helador que prolonga en su siguiente confidencia: “Pero sabes que no soy tan duro. La mayor parte del tiempo tengo una energía positiva, de paz. Soy así por dentro. Gentil. El hombre también tiene mucha sensibilidad, diferente a la de la mujer, pero sensibilidad al fin y al cabo. No sé, quizá sea cosa de las pintas, de cierta actitud de protección… Yo soy un tipo simpático, tranquilo”. Al abrigo del tráiler en el que se realiza la entrevista, Martinez, físicamente menos imponente de lo que cabría esperar, no lleva más que una camiseta gris de manga corta y unos tejanos oscuros. Afuera, el termómetro no supera los cero grados. Nos encontramos en un aeródromo en mitad de la nada, al oeste del valle de Indian Wells, los picos de Sierra Nevada como telón de fondo. El paisaje infinito en el que se filma el anuncio de la tercera versión del perfume, L’Homme Sport, que nos devuelve al villano de los cinematográficos hombres de Harrelson (S.W.A.T., 2003) como héroe de acción.

Motero de pro, el mismo Martinez se preocupó de buscar en Los Ángeles la moto que aparece en el anuncio, una Egli Vincent de 1969. El casco sin visor que luce es suyo. “Puedo involucrarme en un proyecto cuando encuentro en él la energía adecuada. Y este rodaje la tiene. Están la moto, la velocidad, la naturaleza, el frío… Te sube todo. La energía es diferente, quizá por el equipo. Por eso son tan importantes los directores. Ahora tenemos una peña de franceses superjóvenes que jodeeeer…”, dice regodeándose en el taco final. El actor se refiere a la renovada camarilla de paisanos suyos a la que se ha encomendado la imagen de L’Homme Sport. Megaforce, colectivo parisiense de realizadores, diseñadores gráficos, pinchadiscos, laureado por sus videoclips de calado modernísimo (Kid Kudi, Yeah Yeah Yeahs, Madonna y su Give Me All Your Lovin’), ha ideado y dirigido el dinámico anuncio.

Apunta que lo importante es el guion y el director. Es la única manera de ponerse a salvo de los errores. Y él, reconoce, ha cometido unos cuantos, “por comprometerme con proyectos, con gente que no sentía lo que estaba haciendo. Esta profesión necesita pasión, no puedes trabajar en ella desde el cinismo o yendo solo por la plata. Hombre, el dinero siempre está bien, ¡no me molesta! Pero primero es la energía, las ganas de hacer las cosas”. A Martinez lo llaman para enfrentase de nuevo al gélido exterior, que aguanta estoico sobre la moto demostrando oficio mientras los de maquillaje y peluquería le retocan rostro y pelo.

Soy un actor que hace de modelo. Nunca he sido modelo antes de ser actor. He tenido propuestas, pero no me han interesado

“Soy un actor que hace de modelo. Nunca he sido modelo antes de ser actor. He tenido propuestas, pero no me han interesado. Me parece una profesión complicada, al menos para un hombre… Es un compromiso, otro mundo… Ahora puedo aceptar este tipo de trabajo porque ya tengo una posición social diferente (léase estatus o consideración actoral). Ser la encarnación de un perfume puede parecer un poquito raro, pero solo tienes que ser neutral, dejar fluir la energía tal como sale. No necesito hacer una interpretación total”, confiará más tarde.

–Pero han pasado casi diez años desde su primera encarnación. Digo yo que si usted ha cambiado, l’homme también.

–¡Sí, ahora tenemos más arrugas! (Ríe).

–Vamos…

–Quizá inconscientemente. La luz de los ojos, el alma. Eso no se controla. Es una vibración que viene de otro mundo. En este tiempo he hecho pocas pelis [sic], pero muchas otras cosas. Por mí está bien, tengo más experiencias, soy mejor actor hoy.

Desde luego, si hubiera un premio al mejor actor en un papel fragante, sería suyo.

Nacido en París, el 12 de enero de 1966, Olivier Martinez tenía que haber ido para campeón de boxeo, peso ligero. Su padre, Robert Martínez, oriundo del Protectorado español de Marruecos, lo fue, y se ocupó de entrenarlo. Un accidente de moto lo dejó KO en sus aspiraciones profesionales y, empujado por sus amigos, acabó matriculándose en el Conservatorio Nacional Superior de Arte Dramático francés a los 23 años.

En el hogar de los Martínez hace tiempo que no se habla español (los abuelos paternos, de origen andaluz y valenciano; la madre, francesa), pero el actor está cómodo entre españoles a pesar del desarraigo (¡vaya, si ha salido el tema!). “Yo me siento del sur, de Andalucía. Ya estuve una temporada en Madrid y podría vivir allí sin problemas”.

No le ha ido mal profesionalmente en España. Bigas Luna no paró hasta colocarlo en La camarera del Titanic (1997). Antes ya lo había querido para La teta y la luna y Bambola. “Es una lástima la situación del cine español, porque hay mucho talento”, explica. Fue la francesa El húsar en el tejado (1995), de Jean-Paul Rappaneau, la que lo puso en la mira de todos. Luego llegó la aclamada Antes que anochezca (2000), de Julian Schnabel, prácticamente sin hablar inglés, y por fin Infiel (2002), que le ganó un sitio en Hollywood. Es su filme de referencia para los estadounidenses. Eso y la etiqueta de “Brad Pitt francés”. Aún le incomoda: “Bah, fue una tontería de un periodista gandul. Esas cosas no ayudan a vender, solo confunden. A mí no se me puede comparar con un actor americano, pero es un problema de un país [EE UU] que no tiene una cultura. A mí lo que me gusta es la diferencia cultural, la mezcla. ¡Yo soy mezclado! ”.

Siete películas desde entonces no dan el abultado currículo americano esperado. La pregunta es si no le llaman tanto como quisiera o si es él, que no contesta. “Podría trabajar cada mes, pero no voy a hacer mierda. He hecho dos o tres pelis que no me gustan… Hay gente a la que no le importa hacer el ridículo, le va bien, pero a mí no”, responde. Apareció en Noche y día (2010), aquel delirio de Tom Cruise y Cameron Diaz que mezclaba espionaje y sanfermines en Sevilla, pero su nombre ni figuraba en los créditos. Habrá quien diga que se le reconoce más por su colección de romances (Juliette Binoche, Mira Sorvino, Angelina Jolie, Rosie Huntington-Whiteley, cuatro años con Kylie Minogue) que por sus películas. Para el caso, ya le tocaba resarcirse y lo ha hecho con El médico, épica adaptación de la trilogía superventas de Noah Gordon, estrenada las pasadas Navidades. “Es el tipo de trabajo que no sabes cómo va a salir y por eso me parece interesante. Los productores se olvidan de que somos actores, no celebridades, y que lo que queremos es interpretar”, apunta.

–¿Puede realmente un actor europeo hacer carrera en Hollywood?

–En América, olvídate.

Lo proclamó una vez: no le interesa Hollywood, detesta Los Ángeles y no le gusta la manera de pensar de los estadounidenses. Sin embargo, hoy vive allí y es parte de su engranaje cultural, personaje recurrente en chismowebs tipo Just Jared hasta cuando sale a comprar pan. “No he cambiado de parecer, sigo pensando lo mismo. Pero qué puedo hacer, ¡estoy enamorado! El amor lo puede todo”. El amor, claro, es Halle Berry. Se conocieron en 2010, en Ciudad del Cabo, en el rodaje de la olvidable Marea letal. Un año y medio después ya estaban comprometidos. Hubo boda, en Francia (Vallery, en la Borgoña), por la Iglesia y con final de fuegos artificiales, el 13 de julio pasado. A primeros de octubre nacía el primer hijo del flamante matrimonio, Maceo Robert Martinez: “Tengo en brazos a ese niño de ocho semanas que mira, y me doy cuenta de que me necesita. De repente, me gusta ese tipo de responsabilidad. Los Ángeles es muy aburrido ahora que soy padre”.

–¿Le gustaría verse reflejado en él, qué tipo de hombre querría que fuese?

–Solo quiero que el tío tenga su armonía, su personalidad. No voy a cargar mis sueños sobre sus espaldas. Aplicaré la experiencia de mi padre con mi propio hijo.

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