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EL ACENTO

Mira papá, sin manos

Google fabrica un coche sin pedales, volante, ni conductor

SOLEDAD CALÉS

Muchos grandes viajes han comenzado en la niñez observando durante largo rato atlas y mapas que los mayores de la casa tenían apilados en alguna estantería o biblioteca. Y en esa misma niñez, mientras la mente imagina esos lejanos lugares de nombres impronunciables, el cuerpo también trata de ir más allá desafiando las leyes de la física hasta lo imposible... y más allá. En este sentido, “mira papá (o mamá), sin manos” es una expresión cuyo nivel de alarma comprende perfectamente cualquiera que tenga hijos.

 Google, la compañía que nació para simplificar las búsquedas de palabras en Internet y está derivando a todo tipo de invenciones que, a su modo, desafían las convenciones existentes, ha presentado un coche sin pedales, ni volante, ni control, ni obviamente conductor. Una multitud de sensores insertados en el vehículo determinarán la posición del coche y la proximidad de humanos y objetos. El automóvil se moverá en función de las señales recibidas. En el prototipo caben dos personas y puede alcanzar 40 kilómetros por hora.

Para algunos la noticia no es más que la versión adulta del “mira papá, sin manos”. Una curiosidad o un desafío posible hasta ahora sólo en las películas de ciencia ficción, cuya aplicación todavía tardará muchos años en llegar. Si es que llega. Hay otros que reciben casi con alborozo este tipo de anuncios como la constatación de que el ser humano es capaz de llegar hasta donde se lo proponga. Y para un tercer grupo la llegada del coche —¿autónomo? ¿independiente?— abre un debate sobre hasta dónde estamos dispuestos a llegar con el sin manos. Porque, al igual que toda nueva tecnología, esta plantea interrogantes. Si el vehículo atropella a alguien, ¿de quién es la culpa? ¿Del pasajero que no conduce ni decide? ¿Del fabricante del artefacto? ¿Del fabricante del software que lo guía? ¿De todos y ninguno?

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Un viaje, como el de los mapas o a un restaurante nuevo, nace de la curiosidad y de la voluntad. De la curiosidad de mirar y la voluntad de ir. Y ambas cosas no germinan, o desaparecen, por que se quite o ponga un volante. Además, alguna vez habrá que tomarse la revancha y decir: “Mirad hijos, sin manos”.

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