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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Malhechores

La mayor profesionalidad de los ejecutivos de la banca no supone una aplicación más rigurosa de los códigos éticos

Jorge M. Reverte

Había que ver el gesto ofendido del expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, cuando consiguió que sentaran en el banquillo de los acusados a su implacable perseguidor, el juez Elpidio Silva. Blesa acompañaba su gesto de unas contundentes frases sobre su fama y su dignidad irremediablemente dañadas. El asunto en el fondo residía en la responsabilidad por la puesta en marcha de esa gigantesca golfería llamada acciones preferentes, que llevaron a la ruina a miles de ahorradores. Y ahí estaban, tiradas por los suelos, la dignidad y la fama de un tipo que se llevó una millonada en sueldos y liquidaciones al dejar su cargo y una caja arruinada.

Es curioso el sentido de la dignidad de los ejecutivos de la banca, que solo sale a relucir cuando les pillan en el renuncio. En España hay muchos más casos, sobre todo recientes y ligados a esa extraña figura de las cajas de ahorros que se han ventilado entre golfos e ignorantes para gozo y disfrute de la banca tradicional, que ha engullido, con ayuda de la Hacienda pública, sus recursos.

Es curioso el sentido de la dignidad de los ejecutivos de la banca, que solo sale a relucir cuando les pillan en el renuncio
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¿Funciona mejor la banca privada? Algunos sostienen que sí. Pero un pequeño repaso a algunas noticias de los últimos meses contradice la afirmación. La mayor profesionalidad de sus ejecutivos no supone, ni mucho menos, una aplicación más rigurosa de los códigos éticos. Hace pocos días, el comisario europeo de la Competencia, Joaquín Almunia, anunciaba la apertura de un expediente sancionador de gran envergadura contra los bancos HSBC, Crédit Agricole, JP Morgan, y Credit Suisse. Los indicios, según el comisario, son muy relevantes. Se trata de una manipulación del euríbor, un índice que marca la fijación de tipos de interés que afectan, entre otros productos, a los que marcan los precios de las hipotecas. Hace pocos meses, la misma comisaría multó con más de mil millones de euros a Deutsche Bank, Société Génerale y Royal Bank of Scotland por la misma razón.

Y perdonó la multa a USB y Barclays porque colaboraron en la investigación después de haber estado metidos en el embrollo, se apuntaron a los “arrepentidos”. Si repasamos los nombres, estamos ante un listado de compañías que representan a la flor y la nata del sector financiero mundial. Son las instituciones que deberían engrasar las economías. Las que, en muchos casos, han sacado de apuros los bancos centrales nacionales o el europeo a base de créditos a interés ridículo. Pero son piezas esenciales del sistema. Los grandes bancos apuntalan las economías, proporcionan, con teóricos criterios de mercado, el crédito que las empresas necesitan para moverse y, por tanto, para crear empleo y riqueza. Algo que, dicho sea de paso, no están haciendo. Y resulta que se constituyen de cuando en cuando en asociaciones de malhechores, en eficientes chupasangres de las economías domésticas.

Las grandes empresas eléctricas, los fabricantes de automóviles, las compañías de telecomunicaciones, los expendedores de gasolina, aparecen con frecuencia pillados en actividades similares. Llevándoselo crudo vía acuerdos de precios.

¡Qué difícil es, a veces, no apuntarse a las filas de los llamados antisistema!

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