Aquella voz
A estas alturas, lo único que me consuela de España son algunos españoles
Queda muy feo decir ya os lo advertí, pero él podría permitírselo con creces. No recuerdo su nombre, pero sí que era aragonés, e ingeniero de caminos. Recuerdo también la amargura que impregnaba su voz para llegar hasta una radio encendida en mi mesilla, la desesperación con la que explicaba que el AVE Madrid-Barcelona resultaría más lento, más caro, menos eficaz de lo previsto porque, con las prisas, al diseñar su trazado nadie había tenido en cuenta la configuración geológica del suelo de Los Monegros.
Recuerdo aquella voz porque, más allá del prestigio, de los títulos académicos, de la experiencia que la avalaba, tenía la preciosa virtud de la sinceridad. Este hombre está diciendo la verdad, pensé al escucharle, e imaginé la expresión de su rostro, seguramente acalorado por la pasión con la que hablaba, el ceño fruncido por el disgusto, las venas del cuello más gruesas que de costumbre. Ahora, seis, siete años después, Adif, nada menos, ha reconocido en público las chapuzas de las que él, y otros, pretendieron alertarnos en vano. El motivo no ha sido el amor a la verdad, sino un intento —lamentable, por cierto— de justificar el escandaloso sobrecoste de una obra con la que se forraron unos cuantos. ¿Cómo podría haber sido de otra manera?
No creo que aquel ingeniero se sienta satisfecho porque los responsables del desastre le hayan dado la razón en público. A mí no sólo no me consuela, sino que me enfurece haberle escuchado hace ya tanto tiempo. Claro, que hay algo que me enfurece mucho más. Después de reconocerlo todo, Adif ha declarado que estas cosas pasan en todos los países del mundo y que no es el momento de buscar culpables. ¿Y cuándo será? A estas alturas, lo único que me consuela de España son algunos españoles. La honestidad, la furia, la tristeza con la que hablaba un hombre al que nadie quiso escuchar.
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