_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La gloria

En el combate creativo entre el estómago y la fabulación, un cocinero siempre vencerá al escritor

Manuel Vicent

Si te apellidas simplemente García, tu pasaporte es colombiano, viajas en primera clase con ocho maletas y aterrizas en Los Ángeles sin más aditamentos que tu propio bigote, estás condenado a pasar a un cuartucho del aeropuerto para que un policía te ponga boca abajo y si nadie descubre que has escrito Cien años de soledad date por beneficiado si no te hacen un tacto rectal con todo lujo de detalles. No sería esa la única afrenta que sufriría aquel día Gabriel García Márquez. Recién llegado de Los Ángeles, adonde fue a tratarse el cáncer y lo tomaron por narcotraficante, esa misma noche durante la cena en la franquicia que Juan Mari Arzak tiene en Polanco de México, DF, el cocinero y el escritor estaban sentados a una mesa de tertulia con algunos amigos. García Márquez parecía venirse abajo al comprobar que nadie se acercaba a saludarlo y en cambio todos los elogios y abrazos eran para el cocinero cuando ante sus propias narices los clientes abandonaban el restaurante. “Juan Mari, me has hecho feliz con esos cogollitos caramelados”, le dijo un comensal. “Gracias por el inmenso placer que nos ha proporcionado esa brandada de guachinango. A sus pies, maestro Arzak”, exclamó una pareja muy repolluda con varias reverencias. Felices tiempos aquellos en que un escritor publicaba una novela de gran éxito y podía vivir tranquilamente porque nadie conocía su cara. Hoy la figura pública del escritor es una pieza imprescindible en el lanzamiento de su trabajo; de hecho, se ha convertido en un producto más en la cadena editorial. Su rostro unido a la fama ha penetrado en el mundo del circo, hasta el punto que algunos autores de renombre, adondequiera que vayan, mandan previamente a un mono que toque el tambor. Todas las pompas son fúnebres, dijo Gómez de la Serna. Todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes, afirma Borges. En el futuro todos los ciudadanos del mundo serán famosos durante un cuarto de hora, dijo Warhol o al revés, dentro de un cuarto de hora toda la humanidad alcanzará la gloria, digo yo, pero en el combate creativo entre el estómago y la fabulación, un cocinero siempre vencerá al escritor. En efecto, ante mis propios ojos Cien años de soledad fueron derrotados por unos simples cogollos.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_