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¿Quiere usted alcanzar la inmortalidad digital?

Una web propone volcar la personalidad en un ordenador para que esta sobreviva a su dueño La tecnología de la "inmortalidad digital", prevista para la segunda mitad del siglo XXI, permitiría la comunicación con avatares que imitarían la identidad de personas fallecidas

En 'Transcendence', Johnny Depp vive en un ordenador después de haber muerto. El concepto no es solo ciencia ficción
En 'Transcendence', Johnny Depp vive en un ordenador después de haber muerto. El concepto no es solo ciencia ficción

¿Alguna vez ha fantaseado con volcar su personalidad en un ordenador y alcanzar una especie de inmortalidad virtual? Probablemente no, ¿verdad? Sepan, sin embargo, aquellos a quienes seduzca la idea, que hay gente investigándolo. Entendámonos: la persona muerta muerta está, pero lo que propone la web Eterni.me, la penúltima invención de la incipiente industria de la inmortalidad digital, es archivar los datos de su personalidad, crear un avatar que tenga su misma voz y rasgos físicos y que sus descendientes puedan interactuar con usted siglos después de su fallecimiento.

El consejero delegado de la web, Marius Ursache, explica por e-mail su funcionamiento: "Cuando se registre en Eterni.me, deberá facilitar los datos que quiera procesar (de Facebook, Twitter, emails, historial de geolocalización, puede que incluso datos de Google Glass y Fitbit), que se recogerán, filtrarán y analizarán para que tengan sentido. Después, podrá interactuar con estos datos a través de un avatar de inteligencia artificial que se parecerá a usted". Es decir, si su tataranieto quisiera saber cómo le gustaba a usted el café por las mañanas, no tendría más que preguntárselo al ordenador en el que esté su avatar, y el monigote le daría la respuesta tal como, calcula, lo habría hecho usted si estuviera con vida. Aunque ya tiene página web de presentación en la que uno puede registrarse, Eterni.me aún es un proyecto en desarrollo. "Planeamos tener una versión beta en 2015 y lanzarlo en 2016. Es mucho trabajo, y esto es una estimación optimista", aclara Ursache.

Sus tataranietos podrán conocer sus opiniones sobre el matrimonio gay o extraterrestre (si existe)" Marius Ursache, consejero delegado de Eterni.me

Esta tecnología tira por tierra aquellos negocios que hace unos años invitaban, con ingenua sensación de modernidad, a enviar un correo electrónico a sus seres queridos después de su fallecimiento. Ahora, todo lo que haga falta puede decirlo su propio avatar personalizado. Como explica el director general, "su tataranieto lo utilizará para acceder a información sobre usted: desde sus fotos y pensamientos sobre ciertos temas, a canciones que haya escrito pero nunca haya publicado o sus opiniones sobre el matrimonio gay o extraterrestre (si existe)". Es un primer paso, desde luego, y todavía está lejos una verdadera inmortalidad 2.0, pero, como ellos aseguran, se trata, por ahora, de ver la demanda que hay para semejante invento. Una vez confirmado que existen miles de geeks interesadísimos en momificarse digitalmente, empezarán a fluir los dólares para seguir avanzando en la investigación.

En su incansable devoción por las cosas raras, Hollywood ya empieza a sacar tajada de la inmortalidad digital. El pasado 18 de abril se estrenó en los cines estadounidenses Trascendence, una película de ciencia ficción en la que Johnny Depp interpreta a un investigador de inteligencia artificial que conseguirá descargar su consciencia en una máquina para alcanzar una existencia post mortem. Aunque el concepto sea ficción, la base está cada vez más cerca de convertirse en realidad: en Los Ángeles ya se consiguió implantar un recuerdo a un ratón. ¿Cuánto se tardará en implantar un recuerdo humano a un ordenador? ¿Cuánto, en implantarle todo nuestro almacén mnémico? ¿Cuánto, en transferirle nuestra consciencia? Dicen los optimistas que algunos de esos retos serán realidad en la segunda mitad de este siglo.

Las implicaciones de vivir como una máquina no solo incluyen pensar que la muerte ha pasado de moda, sino adaptarse a vivir sin cuerpo. ¿Seremos capaces? Significaría renunciar a la dimensión física de la vida, desde algo tan hermoso y elevado como el abrazo de un ser querido, hasta algo tan prosaico como la vergüenza de tirarse un pedo en público.

Si le parece poco, imagine que su ídolo musical favorito siga sacando singles dentro de 2.000 años (¿cómo sonarían unos sempiternos Rolling Stones en el año 4014?). Claro que también habría que prepararse para tener que aguantar a los políticos más impopulares diciendo sandeces desde la ultratumba digital. ¡Pobres historiadores! Se verán obligados a escuchar versiones partidistas e interesadas de los propios protagonistas de la Historia mientras están investigando. ¿O sería, por el contrario, una gran ventaja poder hablar directamente con aquellos que han forjado la Historia? La respuesta, aparentemente, dentro de unas décadas.

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