Una opulenta industria
El domingo día 9 de marzo murió mi padre a los 85 años. Hasta cierto punto, algo natural que aceptamos como una etapa más en esta aventura que llamamos vida.
En la recepción de un hospital, a las tres de la madrugada, a mis hermanos y a mi madre nos preguntaban qué féretro queríamos, qué urna para las cenizas, cuantas estampitas, cuantas flores, a qué hora haríamos el velatorio. Esto ya no es tan natural, pero parece que es lo habitual. Cuatro personas preguntándose cómo va a ser la vida a partir de ahora sin padre o marido bombardeadas a preguntas sobre cómo quieren organizar un sin sentido tan colosal. Lo que no es ni normal, ni habitual y se me escapa a toda lógica, es que después de escoger las opciones más sencillas, nos digan que nos va a costar 12.000 euros. ¿Realmente, la urna más sencilla para las cenizas (de barro) tiene que valer 750 euros? ¿De verdad que un féretro sencillo es lógico que cueste 4.600 euros?
Nos cogió un ataque de sensatez y al día siguiente pedimos la opción de incineración, sin velatorio, solo nosotros con él, una incineradora y un féretro sencillísimo. Resulta que esto nos cuesta 5.600 euros. ¿Soy yo muy susceptible o esto es un auténtico escándalo? Quizás hay otras opciones como la donación del cuerpo a la ciencia u otras que desconozco, quizás solo estoy desahogando mi rabia, mi dolor, quizás solo soy un hijo que se ha quedado sin padre; si es así, pido disculpas a la opulenta industria de la muerte.— Daniel Clusellas Alonso.