Nelson y Fidel, una amistad en la distancia
Los que trataron con Nelson Mandela asienten y sonríen al verlo preguntar insistentemente a Fidel Castro cuándo iba a visitar Sudáfrica oficialmente. En ese diálogo divertido reconocen ese tesón, recogido en el documental Mandela y Fidel de la realizadora Estela Bravo, estrenado recientemente en la Universidad de Sudáfrica en Pretoria, donde el propio Mandela cursó estudios a distancia mientras cumplía cadena perpetua.
uando quería algo, Madiba era incansable al desaliento y hasta que no lo conseguía no paraba”, admite Barbara Masekela, exembajadora sudafricana en Estados Unidos en la presentación de la película de Bravo, una veterana directora que ha recibido numerosos premios por sus trabajos sobre América Latina. La cinta, de 33 minutos, recupera las imágenes de los tres encuentros de ambos líderes, que cada uno a su manera y con distinta evolución, marcaron el siglo XX.
Cuando el sudafricano salió de la prisión se distanció del estilo castrista, reclamando la reconciliación y el perdón y abogando por la negociación política y enterrando definitivamente la lucha armada que él mismo se encargó de organizar en la década de los 60 para atentar contra los intereses del apartheid.
Mandela y Castro se tuvieron estima y admiración mutua, desde mucho antes de que coincidieran en 1991, poco después de que el primero fuera liberado. El líder sudafricano vio en 1959 como los jóvenes revolucionarios melenudos cubanos derrotaban la dictadura de Batista, mientras él intentaba lo propio con el régimen supremacista blanco de Pretoria.
Más tarde, vino el juicio de Rivonia que en 1964 le condenó a los largos años del presidio en Robben Island, durante los cuales Mandela se convirtió en un poderoso icono de la resistencia y más tarde, de la reconciliación y de la paz.
Mandela y Castro saludan a la multitud congregada para escucharlos, en julio de 1991 en La Habana. AP
En 1990, cuando Mandela salió en libertad cogido de la mano de la que entonces era su mujer, Winnie, casi ya tenía en mente ir a Cuba a agradecer a su amigo Fidel la inspiración y el apoyo que el castrismo siempre dio a los luchadores contra el apartheid.
Tras la muerte de Mandela el pasado 5 de diciembre a los 95 años, el Partido Comunista y el Congreso Nacional Africano (ANC, en sus siglas en inglés) admitieron que había pertenecido a la formación marxista e incluso antes de su detención en 1962 estuvo en la ejecutiva.
El expresidente sudafricano fue uno de los que batalló porque su ANC venciera las reticencias para aliarse con los comunistas en la batalla por la libertad y amigos suyos, como Joe Slovo o su abogado Bram Fisher, fueron figuras preminentes del Partido que influyeron en su personalidad política y, de hecho, estuvieron codo con codo para organizar Umkhonto we Sizwe (Lanza de la nación), el brazo armado del ANC.
Mandela saluda al exboxeador olímpico Teofilo Stevenson, a quien Fidel pidió que subiera al escenarioa petición del líder sudafricano, en 1991 AFP/ RAFAEL PÉREZ
Durante los 27 años que estuvo en la cárcel, Mandela no dejó de admirar al castrismo, que en cierta manera puso su grano de arena para la liberación de los luchadores del antiapartheid, apoyando a Angola en la guerra contra la Sudáfrica racista de los 80 y al mismo tiempo “entrenando” a los milicianos de Umkhonto.
Así que la visita oficial de Mandela a Cuba estaba cantada desde el principio, a pesar de que en 1991 “no era fácil acudir a la isla, tenías que ser un valiente”, señala la exembajadora Masekela, en relación a la enorme presión de Estados Unidos que, cosas de la vida, tardó una década y media en borrar a Mandela de su lista de terroristas a pesar de que desde el principio valoraron su lucha. Mandela no dudó en ir a conocer a otros líderes internacionales que, con los años, acabaron demonizados, como Gaddafi, o con Yaser Arafat, otro Premio Nobel como él, aunque no obtuvo nunca la misma valoración casi indiscutible.
Mandela pisó tierra cubana el 25 de julio de 1991, cuando aún no era presidente, y Castro fue a recibirlo al pie del avión. Aunque nunca se habían visto antes, el encuentro entre los dos revolucionarios tiene altas dosis de cariño mutuo que dan la idea exacta de lo que había representado la figura de uno para el otro. “¿Cómo estás esta mañana?”, pregunta el sudafricano a su anfitrión.
Durante tres días, Mandela recibe auténticos baños de masas en estadios y plazas de La Habana y Castro le impone la medalla José Martí, la máxima distinción. “Nunca dudamos de Cuba” -dice en uno de sus discursos- “Aguantamos casi 30 años en la cárcel porque sabíamos que teníamos muchos amigos por casi todo el mundo y Fidel era uno de los más firmes”.
Castro le corresponde y afirma que Mandela “es el ejemplo” de un “hombre absolutamente íntegro, firme, valiente, sereno, inteligente, capaz” y, tirando de adjetivos, lo ensalza hasta colocarlo como “el símbolo más extraordinario de nuestra era”. Entre tantos piropos, el viejo Mandela sólo tiene una recriminación: nadie le lleva a ver “Sierra Maestra, donde empezó la revolución, y bahía Cochinos”.
Mandela tiene en ese arranque de los 90 un discurso enérgico. Poco diplomático, es implacable cuando una periodista le pregunta sobre si irá a Miami a visitar a los exiliados cubanos. La respuesta es contundente. “He venido a Cuba en espíritu de paz, para visitar a gente que ha estado apoyando nuestra lucha”, mientras que señala que nunca recibió el aliento de ese colectivo contrario al castrismo. Sudáfrica y el ANC son “libres de escoger a sus amigos”, espeta. De hecho, Mandela ya sabía dónde se metía porque pocos meses antes había viajado hasta la capital de Florida y la pequeña Habana le abucheó por ese apoyo a Fidel.
El 10 de mayo, Mandela y Castro vuelven a coincidir, esta vez en la toma de posesión del primero como presidente de Sudáfrica. Las imágenes del documental vuelven a mostrar le reencuentro de dos viejos amigos. No volverán a estar juntos hasta 1998. Es en Ginebra, en la cumbre de la Organización Internacional del Comercio y Mandela, como se explica al principio de este texto, aprovecha para pedir a su amigo que haga un hueco a su agenda para incluir a Sudáfrica en futuros viajes. Así era Mandela, repiten ahora sus colaboradores, “cariñoso, amable, insistente”, tras ver el documental.
Mandela recibe a Castro efusivamente en presencia de su mujer, Graça Machel,en el Parlamento sudafricano, en 1998. AP / TIM ZIELENBACH
El cubano accede en septiembre de ese mismo año, en la recta final de la única legislatura presidencial de Mandela. Castro encuentra tiempo para visitar la isla de Robben Island, el “infierno” desde donde los “héroes” como Mandela “construyeron los cimientos de la libertad”. En correspondencia, el presidente sudafricano también condecora a su ilustre visitante, al que le agradece que ya en democracia se implique en la ayuda a Sudáfrica formando a estudiantes de medicina sudafricanos en las universidades cubanas o incluso cediendo a sus doctores para trabajar en áreas rurales. "La amistad entre Fidel y Madiba es el reflejo de de las relaciones de dos hombres fuertes, de dos países", subraya el director de la Fundación Nelson Mandela, Sello Hatang, para quien Cuba "inspira todavía activamente las políticas sociales sudafricanas, en la educación, salud, bienestar".
Será por esa relación estrecha que Sudáfrica incluyó al actual presidente cubano y hermano de Fidel, Raúl Castro, en el programa del funeral de Mandela, en el estadio de fútbol de Soweto. Castro tomó la palabra para elogiar a Mandela en el mismo escenario que el estadounidense Barack Obama, e incluso se encajaron las manos ante la sorpresa general. El estilo del amigo Madiba.
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