Más mujeres directivas

El porcentaje de mujeres en los consejos de administración de las sociedades que cotizan en el Ibex, es decir, las 35 mayores empresas españolas, se ha igualado por primera vez a la media europea. En 15 meses ha subido tres puntos y se ha situado en el 16,6% del total. Se trata de una buena noticia, porque indica que progresan adecuadamente. Pero habrá que pedir a quienes tienen la capacidad de decidir que ya pueden aplicarse si quieren cumplir —cosa que está por ver— con la Ley de Igualdad vigente, que fija como objetivo para 2015 alcanzar el 40% de mujeres consejeras. De los 470 actuales consejeros, 78 son mujeres, aunque solo tres de ellas tienen funciones ejecutivas. Es decir, que en conjunto mandan más, pero siguen mandando poco.

Janet Yellen y Christine Lagarde son mujeres que han alcanzado las más altas posiciones en el mundo de la gestión económica, pero son todavía ilustres excepciones. Debajo de ellas, el páramo. En 2014 la UE tiene previsto aprobar una directiva sobre esta cuestión. El objetivo es alcanzar en todos los países ese 40%. La cuestión es cómo.

En el Día de la Mujer hay que subrayar, una vez más, que las mujeres están subrepresentadas en todos los niveles de decisión, pese a tener en muchos casos mayor formación que el promedio de los hombres. Lo cual puede verse de dos maneras. Con pesimismo: a este paso tardarán siglos en alcanzar la igualdad. O con optimismo: cuando la sociedad se decida de una vez a remover las trabas que impiden aprovechar todo ese potencial, la economía dará un gran salto. Un informe del FMI, dirigido por la economista Kalpana Kochhar, estima que “las pérdidas del PIB per cápita atribuibles a disparidades de género en el mercado laboral llegan hasta el 27% en determinadas regiones”.

Un país tan avanzado como EE UU elevaría su PIB un 5% de forma permanente si la participación laboral de las mujeres se equiparara a la de los hombres. Y Japón, un 9%. Los demás países, de ahí para arriba. Lo que sorprende es que, primando como prima un espíritu tan utilitarista, en el que todo se cuantifica en términos monetarios y de resultados, las clases dirigentes se permitan despilfarrar unos recursos tan valiosos sin preguntarse siquiera por qué.