Recordando el valor
Decía Churchill que el valor es la primera de las virtudes, la virtud esencial, la que sustenta a todas las demás. Y es cierto. Sin valor no se puede ser honrado ante la tentación, sincero ante la amenaza, leal en la batalla. El domingo, 23 de febrero, recordamos aquel gesto de valor protagonizado por un general, anciano y enjuto, y un presidente despreciado por casi todos. En días como estos parece que uno los echa de menos viendo el silencio de tantos ante lo injusto, lo irregular lo delictivo.
Ese silencio parece campar hoy a sus anchas en este país. Sin embargo aún hay muchos valientes aquí, héroes públicos y anónimos, modestos héroes cotidianos que se juegan su futuro, su puesto de trabajo, la economía de su familia y su honor por defender pequeñas o grandes causas. Héroes dispuestos a decir no.
Como por ejemplo uno de los médicos firmantes de las denuncias del hospital de Toledo que, además de firmar, se atrevió a dar la cara por sus pacientes.
Como el director de inspección en Hacienda que dimitió por negarse a admitir las arbitrariedades en el caso Pemex.
Como una amiga mía, heroína anónima, que denunció a su jefe, arriesgando su puesto en una fundación, porque trataba de forma vejatoria e injusta a sus compañeros.
Como el director de Tráfico de una provincia española que fue cesado por contestar educada y públicamente a un email soez de su superiora.
Como la capitana acosada sexualmente, expedientada y perseguida tras denunciar a su acosador.
Como el juez de Instrucción de provincias que a este paso nunca progresará en la judicatura, pero que no se arredra ante alcaldes ni consejeros.
Todos estos pequeños y grandes héroes, todos estos y muchos más, de derechas y de izquierdas, son la fibra moral del país. Todos ellos nos miran y nos dicen que es posible. Que es posible la decencia, que es posible la entrega, que es posible el honor. Que sólo hace falta a veces un poco, un poquito de valor. Nada más. Pero es ese poquito de valor el que nos abre las puertas de la libertad. Es ese valor el que nos diferencia a los ciudadanos de los súbditos.— Francisco Igea Arisqueta. Francisco Igea Arisqueta.
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