Pallasmaa y la arquitectura que da soporte a la vida
El arquitecto Juhani Pallasmaa se hizo un nombre defendiendo las cualidades no visuales que mucha de la arquitectura contemporánea ha perdido sin mala conciencia. Su libro Los ojos de la piel (Gustavo Gili) que desarrolla esa crítica –a la par que reivindica una arquitectura disfrutable con el resto de los sentidos- se ha convertido en una especie de Biblia para los detractores de la arquitectura industrializada en exceso, que son, a su vez, los defensores de un hacer con poso y responsabilidad alejado del deslumbramiento. En su nuevo libro, La imagen corpórea (Gustavo Gili) el finlandés trata de describir la capacidad recopiladora de las imágenes, no como generadoras de experiencias sino como depositarias de estas y, por lo tanto, como recipientes de la emoción.
Así, ante la Asamblea de Daca (1974), de Louis Kahn siente que el edificio “parece no haber tenido un inicio”, admira el espacio de intimidad que “envuelve al ocupante en la chimenea que Gaudí ideó para Can Batjó (1906) o compara la Capilla del hermano Kaus (2007) de Zumthor con “una gruta mitológica” y “un campo de batalla entre la luz y la oscuridad”.
El recorrido abunda en ideas y en imágenes que dan que pensar. El texto, en excelente traducción del arquitecto Carlos Muro, está salpicado con numerosas citas literarias que refuerzan el mensaje de Pallasmaa, un ensayista valiente empeñado en no añadir ni retórica ni palabrería para dejar claras sus ideas. En este último ensayo lo consigue sobradamente a pesar de la ambición de tratar de explicar algo tan escurridizo como la encarnación de un sentimiento en imagen. Ese paso, de emoción a imagen, podría parecer además aparentemente (solo aparentemente) contrapuesto a su indagación anterior, más táctil que visual. Pallasmaa no ha elegido el camino fácil de seguir desgranando el filón de la arquitectura más allá de la vista. Al contrario, le ha dado la vuelta a su análisis y ha buscado imágenes en el poso de las emociones.
De este modo, este fascinante ensayo parte de la base de que la arquitectura acontece en el mundo real, de las actividades cotidianas, para dar soporte a la vida. Por eso, la idea de una arquitectura como forma de crítica cultural le resulta filosófica y éticamente sospechosa. Considera que la instrumentalización (la reducción extrema a la funcionalidad) y la estetización (la construcción de imágenes puramente retinianas) son las dos grandes amenazas de la arquitectura actual cuyo papel, escribe: “no es embellecer la vida, sino reforzar y revelar su esencia”. Y advierte, con palabras de Ezra Pound, de la degeneración de las artes en cuanto se alejan de sus orígenes: “la música se atrofia cuando se aleja demasiado de la danza, la poesía cuando se distancia de la música…” Por eso, para él en la arquitectura tiene más valor la interpretación que la invención. Y es en esa idea donde se abre una puerta para la discusión.
La conclusión que habla de la disolución de las imágenes arquitectónicas -“el muro ha renunciado a su grosor para transformarse en superficie sin peso, la ventana ha perdido su mirada enfocada y se ha convertido en un muro transparente…”- partiendo de una realidad innegable conduce sin embargo a Pallasmaa a unos razonamientos discutibles. En su reivindicación de la tradición que no le permite inventar imágenes poéticas “sino solo encontrarlas o rearticularlas”, la novedad le resulta “un criterio superficial para medir la calidad artística”, porque la tradición “no puede inventarse, solo vivirse”. Así, y aun estando cargado de razón, cuando apunta que una experiencia arquitectónica profunda no puede surgir de un concepto intelectualizado, de una idea formal abstracta, parece olvidar a Mies van der Rohe en el pabellón de Barcelona, por ejemplo. Y cuando alega que la verdadera arquitectura hace que recordemos otros edificios (que hablan a la vez del mundo, de la vida y de la arquitectura) contrapone esa idea a su propia definición de icono como “algo que abre y cierra a la vez una línea concreta de pensamiento e investigación”.
El mismo escritor advierte que “la claridad de la imagen contiene a menudo una represión oculta” describe con esa advertencia sus propias conclusiones, plagadas de luz y aciertos pero, tal vez, excesivamente forzadas a la hora de contraponer tradición a novedad. Como él mismo apunta citando a T.S. Eliot, cada generación debe reinventar su tradición y, partiendo del atributo de la arquitectura que él defiende -dar soporte a la vida-, las posibilidades deberían ser amplias y escapar a la imaginación. E incluso a la tradición.
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