_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La ola ultra

El proceso de corrupción sistémica que soportamos en España fue acompañado por la corrupción de las palabras o el desahucio de las que se resistían

Manuel Rivas

Entre tanto silencio oblicuo, menos mal que tenemos al difunto Orwell batiéndose con coraje contra la pandemia ultra que se extiende por Europa. Han pasado 30 años de la fecha, 1984, que sirvió de título a un libro que es a la vez memoria y profecía. En esa obra, el poder autoritario ejercía el control de las mentes por medio de la neolengua, en la que las palabras significaban lo contrario de lo que nombraban. Así, la propia servidumbre era llamada libertad. El proceso de corrupción sistémica que soportamos en España fue acompañado por la corrupción de las palabras o el desahucio de las que se resistían. Las mentiras se exhibían garbosas, tanto como brillaba el dinero sucio. La especulación incesante fue proclamada “liberalización del suelo”. ¡Ah, pobre suelo, esclavizado por la naturaleza y “liberado” por el Partido de la Construcción! La corrupción llena el espacio vacío allí donde claudica la democracia. Para Orwell, la prueba de la libertad consiste en ejercer el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír. Lo contrario de lo que han hecho en los últimos años gran parte de los líderes europeos, apostando por el estupefaciente populista: decirle a sus votantes solo lo que quieren oír. En la crisis económica, desviar la responsabilidad. La causa de la crisis no radicaría en la gestión delictiva de los grandes bancos y corporaciones, ni en domesticación de los políticos por esos poderes. No. La culpa está en la política de derechos (pecados) y el Estado del bienestar (vicio). A partir de ahí, la extrema derecha tiene fácil la aceleración de partículas del miedo. Son “los Otros” los que se benefician. Un político británico carcamal asoció las tormentas e inundaciones con las bodas gais y la inmigración. En España, hay goteras en la catedral de Santiago. Pero no creo que la culpa sea de los inmigrantes. El apóstol llegó en un cayuco de piedra.

 

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_