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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pellizcos de monja

La tibieza europea ante la decisión suiza de limitar la circulación de personas causa gran alarma

Joaquín Estefanía

La tibieza con la que, en general, las instituciones de la UE han respondido al referéndum celebrado en Suiza por el que se limita la libertad de circulación de personas —uno de los pilares fundamentales de la Europa unida— ha causado escalofríos entre los más europeístas. Recordemos: en un referéndum celebrado el pasado domingo, una mayoría de ciudadanos suizos aprobó imponer cuotas de entrada a los vecinos europeos.

Esos europeístas piensan lo siguiente: si sucede esto y la UE contesta tan solo con declaraciones como “Bruselas examinará las implicaciones que tiene esta iniciativa en el conjunto de una relación entre la UE y Suiza” (comunicado oficial de la Comisión Europea), por qué no podría repetirse tan floja y escasa reacción a otros problemas como, por ejemplo, las propuestas de secesión de Estados de la Unión, o las cortapisas que también pretende introducir Reino Unido.

Para evitarlo, fijan su mirada en las elecciones al Parlamento Europeo del próximo mes de mayo, una cámara que tendrá más poder que nunca, aunque muchos todavía no se hayan dado cuenta de ello. Por ejemplo, de su composición y capacidad de pacto dependerá el nombramiento del presidente de la nueva Comisión Europea, el poder ejecutivo. El Consejo Europeo —la reunión de los jefes de Gobierno de los países de la UE— no podrá obviar la opinión del Parlamento, so pena de violentar la voluntad ciudadana, algo difícil de admitir en tiempos de desafección.

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Hace varias semanas, los tres presidentes españoles que ha tenido el Europarlamento (el popular Álvaro Gil Robles, y los socialistas Enrique Barón y José Borrell) hicieron público un Manifiesto por unas elecciones para votar un verdadero Gobierno europeo, cuyo contenido parecía adivinar la tibieza de Bruselas frente a Suiza cuando escriben: “Las respuestas que hasta la fecha han dado las instituciones europeas, constituyendo pasos importantes, no son suficientes y, sobre todo, no son lo rápidas que requiere la situación para solucionar los problemas de los ciudadanos (...). Ya ha pasado el momento de las palabras que solo prometen, de las aparentes decisiones que tan solo retrasan las soluciones, los análisis estériles”.

El lenguaje del Manifiesto —¡bendito sea!— no se parece casi nada al habitual comunitario. El primer problema que menciona es el del paro europeo (“indignante situación”) y llama a la defensa del impuesto sobre las transacciones financieras, tan criticado por los lobbies bancarios y sus defensores en los Gobiernos nacionales; a la defensa del Programa Erasmus (“que tiene un rendimiento gigantesco de cara a hacer una realidad la experiencia de la ciudadanía europea”), y a la creación de grandes infraestructuras y redes transeuropeas cuyas financiaciones “sean tan importantes como las que se han movilizado en los rescates”.

Quizá solo así se pueda levantar tan alta abstención a las elecciones europeas como prevén todos los sondeos.

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