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La tienda que resolvió el misterio

Loewe y Javier Carvajal hicieron más por la España de los años sesenta que tres visitas de los Beatles juntas

En los sesenta, el joven Javier Carvajal se asoció a talentos de su generación para modernizar de Loewe. Como el artista Vicente Vela o Francesc Català-Roca, cuyas fotos de la tienda del Hotel Presidente y la fábrica de Barcelona ilustran este artículo.
En los sesenta, el joven Javier Carvajal se asoció a talentos de su generación para modernizar de Loewe. Como el artista Vicente Vela o Francesc Català-Roca, cuyas fotos de la tienda del Hotel Presidente y la fábrica de Barcelona ilustran este artículo.

Si entran en las tiendas más recientes de Loewe verán, traducidas en ciertos detalles decorativos, esos valores sencillos que escritos suenan cursis pero hoy intetamos recuperar: las tapicerías en color tostado recuerdan al sol y al albero, una mosquitera de cuero invoca la tradición artesana… Por mucho que suene arriesgado tomar una tienda de lujo como ejemplo de las bondades de un país, Loewe tiene antecedentes que lo justifican. En 1960, cuando España se recuperaba de la larguísima posguerra, inauguró la primera de una serie de tiendas que nos hicieron avanzar veinte años de golpe. Estaba en la calle Serrano, de Madrid, y la había diseñado el prometedor arquitecto Javier Carvajal (Barcelona, 1926-Madrid, 2013). Enrique Loewe, que empezó a trabajar en la empresa de su familia en esa época, las recuerda: “Tenían los escaparates abiertos, había continuidad entre el interior y el exterior... La tienda era un misterio, y él lo resolvió”.

F. Català-Roca

Carvajal rompió con la opulencia y el secretismo de los establecimientos de la posguerra, pero el alcance del proyecto era más profundo. “Recuperó la artesanía, la tradición, la sobriedad, el lujo de los materiales. Buscó un desamaneramiento de la historia de la casa y la devolvió a su realidad esencial: la cultura española”, continúa Enrique Loewe. Eso sí, tan depurada y actualizada que la firma se hizo asidua de las publicaciones de arquitectura de la época, consiguiendo ese tipo de prestigio que solo te pueden dar lobbies ajenos. Loewe lo resume entre risas: “Fue una patada en el trasero, pero de modernidad. Darle a una empresa clásica ese empuje fue algo maravilloso”.

F. Català-Roca

Lo mejor es que el código que Javier Carvajal desarrolló para la firma no partía de un briefing, sino del instinto. Esa adaptación del diseño nórdico al espíritu local le sirvió como ensayo para el pabellón español de la Exposición Universal de Nueva York de 1964, que recibió el Premio Internacional de Arquitectura. El barcelonés murió el pasado mes de junio. Hoy no existe ninguno de los locales que diseñó, pero “queda la esencia. En España no hubo Revolución Francesa, no hubo un paso gradual a la modernidad. Pero nosotros tuvimos la revolución Carvajal”.

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