Tinta (blaugrana) de calamar
La lección del caso Neymar es que los presidentes deben informar a los socios de cuánto pagan y a quién
Hay un nuevo presidente del FC Barcelona, llamado Josep Maria Bartomeu, pero el caso Neymar no deja de enmarañarse. El argumento principal del caso es sencillo de exponer: el Barça pagó por el jugador brasileño 86 millones de euros (esta es la última cantidad conocida), pero el dimitido señor Rosell informó a los socios y a todos los ciudadanos de que había pagado 57 millones. Hecho primero: Rosell no dijo la verdad a los socios quienes, en teoría, son los dueños del club. En el segundo acto, presionado por una querella presentada por uno de esos socios y quién sabe si por la miríada de sectas barcelonistas (cruyffistas, laportistas, nuñistas, guardiolistas), propia de la tierna teología cristiana de la Edad Media, Rosell dimite entre expresiones de sentimiento y quejas imprecisas. Pero eso sí, Rosell se fue sin explicar el contrato de Neymar y dejando entrever un argumento destructivo: las operaciones futbolísticas de envergadura solo tienen éxito si se ejecutan con discreción; es decir, si el socio (el dueño de la finca) desconoce cuánto dinero cuestan.
El tercer acto tampoco es ejemplar. Bartomeu enseña el contrato de Neymar, pero sugiere que existe una conjura contra el Barcelona orquestada por el Real Madrid, Aznar, Ruiz-Gallardón, el juez y el fiscal del Reino. Solo faltan el Karla de Le Carré y el Aviraneta de Baroja. Es chocante la facilidad con que aparecen los delirios paranoicos en el fútbol. Como si no fuera democrático que se pidan cuentas de un fichaje a la directiva de un club. La versión más probable es que el espantajo del contubernio antibarcelonista sea la tinta (blaugrana) de calamar para esconder el hecho principal: el engaño del señor Rosell y sus consecuencias jurídicas y políticas.
Lo que está en juego es saber si los presidentes del Barça, Real Madrid (por cierto, ¿cuánto costó Bale?), Athletic Club y Osasuna (el resto son sociedades anónimas) están obligados a informar a sus socios de cuánto y a quién pagan por los fichajes o se acepta la tesis de la discreción, es decir, de la opacidad consentida a la casta de los directivos de los clubs y se abre la puerta de par en par al mangoneo de comisiones y fees. El resto, tramas paranoicas incluidas, es tinta de calamar.
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