Milagros
La ilusión de la opulencia ha representado una bendición para los listos, los oportunistas, los sinvergüenzas de todos los sectores. También el fútbol
Desde que empezó la Liga de fútbol, he alentado en secreto la esperanza de que mi equipo llegara a ser líder en solitario para escribir una columna como esta. La dimisión del presidente del Barça me la ha puesto en bandeja sin necesidad de esperar a que se produzcan coyunturas milagrosas. Sería un milagro que cualquier equipo que cuente con 400 millones de euros menos que los dos eternos candidatos pueda ganar un campeonato tan largo como un curso escolar, pero me refiero a otra clase de prodigios.
El milagro del fútbol español ha resultado ser, como todos los que nos vendieron en los últimos tiempos —desde las longanizas con las que atábamos a los perros hace unos años, hasta el inextricable descenso del paro en la última EPA—, un puro espejismo para la mayoría de nosotros. Para otros, no. La ilusión de la opulencia ha representado una bendición para los listos, los oportunistas, los sinvergüenzas de todos los sectores. También el fútbol. Ellos han escrito la leyenda de la mejor Liga, los mejores jugadores del mundo, para hacer, de paso, los mejores negocios de su vida en todos los equipos, sin excepción. La diferencia entre los grandes, los medianos y los pequeños, se limita a la cuantía de las comisiones que se han quedado entre los dedos de los intermediarios.
Antes de que estallara el caso Neymar, la Unión Europea ya nos había señalado con el dedo, pero ese proceso remoto, centroeuropeo, desvinculado de los nombres de las estrellas, pasó casi desapercibido. Es lo que tiene el fútbol español, que sin talones millonarios no llama la atención. Lo que pase a partir de ahora quizás ayude a los españoles a entender por fin qué es lo que ha pasado en su país. Así, los fichajes estelares resultarán por fin rentables. Incluso los que no sean útiles para ganar títulos, iluminarán al menos los mecanismos de la corrupción.
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