Mejor móvil que motocarro
La juventud ve que su futuro depende de estos aparatos tan pequeños, tan baratos y tan personales
Llámame parado, pero no tonto. Resulta que los jóvenes de hoy —más de la mitad sin empleo, dicen las estadísticas—, no tienen un duro, pero sí una tableta o un teléfono inteligente, o ambos. Su lista de prioridades no es la misma que la de sus progenitores. Ellos prefieren el ordenador al motocarro; eso sí que confirmaría que es la juventud más preparada de nuestra historia.
Esta semana, un suceso —a primera vista absurdo— sacudió a la ciudad de Chicago: dos personas fallecían ahogadas por intentar salvar un smartphone que se les había caído al río.
Hace unos meses, el ministro de Educación y Cultura, en plena vorágine de recortes, animaba el patio —una vez más— dejando caer que había gente que no podía estudiar sin becas, pero que sí tenía dinero para otras cosas, quizás refiriéndose a la propiedad de un caro teléfono.
Estos flashes tienen algo en común: el smartphone, las tabletas, aparatos por supuesto ligados a Internet, contemplados como una inversión: artículos de primera necesidad, tan importantes como para lanzarse a rescatar el aparato o pagar recompensas de cientos de euros cuando se extravían o así.
El coche y la casa, peldaños que iban cubriendo las viejas generaciones en busca de su emancipación, han sido sustituidos por otros iconos, como el iPhone, la tableta o el portátil. La juventud ve el coche como una carga, porque ciertamente lo es (al margen de precio, seguros, impuestos, gasolina, multas...) al igual que la vivienda en propiedad (hipoteca, servicios básicos...). El simbólico smartphone, aunque ministros y padres en general no lo crean, es un asunto básico, un elemento fundamental para el desarrollo, la comunicación y la productividad de una persona.
Demonizados Internet y las redes sociales con demasiado simplismo y frecuencia por la gente en el machito, gente alérgica también a la tecnología, la juventud ve que su futuro depende de estos aparatos tan pequeños, tan baratos y tan personales.
A aquel On the road con el que Jack Kerouac logró que se identificaran unas cuantas generaciones de jóvenes hoy le bastaría cambiar una palabra para ponerse al día: On the net.
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