El tiburón y la espina
Acabo de leer El viejo y el mar, una novela corta que Hemingway escribió en Cuba a principios de los años cincuenta. Como muchos ya sabrán, cuenta la historia de un pescador “viejo y flaco” que sale al mar con su bote, ilusionado en la pesca del gran pez que le dará de comer, acabando así con la mala racha de semanas volviendo de vacío.
Después de varios días de dura brega, consigue al fin la anhelada pieza, pero en el viaje de vuelta los tiburones dan buena cuenta del gran pez, que el bote arrastraba enganchado a la caña, de forma que, cuando llega a la playa, el viejo solo puede mostrar una enorme espina descarnada.
Esta breve narración podría ser la metáfora de la situación que atraviesan hoy miles de españoles. Nuestra espina son cuentas de saldo cero que grandes depredadores se llevaron con el anzuelo de las preferentes. Es la vieja manta recuperada del altillo de nuestro armario para calentarnos. Es la del pescado podrido que a diario vemos recoger de los contenedores. Es la pensión raquítica que alimenta a nuestros hijos en paro.
Pero, ¿y los tiburones? Puede que algunos estén ya en la red, donde la sociedad los ha metido para que no salgan a por su ración de carnaza.
Pero otros peces gordos, otros tiburones, deberían recibir pronto el arponazo ejemplificador y disuasorio de la justicia, para consuelo de quienes tienen tantas espinas clavadas.— Antonio López López.
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