De librerías
La librera de raza, el librero fetén, son seres que leen por vicio pero también por el prurito de hacerse imprescindibles en la vida de sus clientes
Hay seres humanos que venden libros. Y hay libreros. Los libreros también son seres humanos que venden libros, pero han de sumar otras cualidades que definen su noble oficio. Sin ellas, el librero es un farsante. Por ejemplo, si usted va a una librería y pregunta por James Salter y el dependiente se encoge de hombros y le dice, ni idea, se trata de un ser humano que vende libros, pero no de un librero.
La librera de raza, el librero fetén, son seres que leen por vicio pero también por el prurito de hacerse imprescindibles en la vida de sus clientes. El librero puede llegar a ser tan importante en nuestra vida como el boticario. Con eso lo digo todo. El librero no se lee todos los libros de principio a fin (es humano), pero domina la técnica de la lectura en diagonal, y algunos libros los encara de esta manera, es decir, los cata, como los buenos fruteros. Suele acertar. Lo que sí sabe leer un buen librero es el estado de ánimo del cliente, ya digo, como el boticario, así que le prescribirá un libro que mejore su mal. Eso es algo que, por ejemplo, Amazon, que no es un ser humano aunque venda libros, no sabe calibrar.
La librera quiere vender todos los libros que pueda, pero como desea que sus clientes fieles se vayan contentos, con un sutil gesto en la mirada les señala un volumen u otro. Todo con mucho tacto, porque la librera se cuida de hablar mal de ciertos libros a gritos. Cuando se toma confianza con un librero es muy posible que uno acabe tomándose un café con leche con él en el bar de al lado. Una vez fuera del negocio, librero y cliente se lanzan a poner a parir a media España. Eso es humanísimo, propio de libreros y lectores. Y ya no digo de autores.
El viernes, los libreros celebran su día, el de las librerías. Abrirán hasta las diez. Díganles que van de mi parte: le harán un 5% de descuento.
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