¿Soy lista?
Ana Botella viene okupando de manera legal, que no legítima, el Ayuntamiento de una de las ciudades más importantes de Europa
Resulta curioso el trato que dan a Ana Botella en el PP. Como si sufriera una discapacidad que convirtiera en heroicos todos sus movimientos. Muy bien, Ana, muy bien, le susurran al oído con el tono con el que nos dirigimos a un niño que ha empezado a andar tarde y se cae con frecuencia. Muy bien, la aplauden cada vez que se da de narices contra el suelo. Adelante, Ana, tú puedes; venga, sigue, un poco más. Ana Botella viene okupando de manera legal, que no legítima, el Ayuntamiento de una de las ciudades más importantes de Europa. Es un regalo que le hizo su marido a través de Gallardón, que trepa y trepa y trepa sin hacer ascos a los lugares en los que pone el pie. Si Aznar logró poner los suyos sobre la misma mesa que Bush; si consiguió que Felipe II fuera testigo en la boda de su hija; si obligó a acudir a ella a la flor y nata del crimen organizado, ¿cómo no iba a conseguirle a su esposa el capricho de ser alcaldesa de Madrid, Madrid, Madrid?
Pues ahí la tenemos, dudando la pobre de sí misma, mientras los suyos apoyan todos y cada uno de sus errores de un modo ridículo al tiempo que, a sus espaldas, hacen gestos de piedad, solicitándonos comprensión. Pobre. Nos la imaginamos por la noche, en la cama, preguntándole a su marido si es lista. ¿Yo soy lista, Jose? ¿A qué viene eso?, le dirá él, ¿era listo Bush, soy listo yo? ¿Pero soy o no soy lista?, insistirá ella. Vale, sí, eres lista, concluirá él. Entonces, ¿por qué monté el número de Madrid 2020? Porque te dejaste llevar, te obligaron los asesores para hacerte la pelota. ¿Y por qué me fui de vacaciones al día siguiente de que murieran cinco crías en unas instalaciones municipales? Mujer, porque era nuestro aniversario, argumentará Aznar. Ah, responderá ella, y se dará la vuelta, para dormir, imaginando que el pueblo la aclama porque sí, por Botella.
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