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Columna
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La luz que queda

En la sentencia del Prestige se dice: “Nadie sabe exactamente la causa”. ¡Lástima no haberse quedado ahí! Ni una palabra más

Manuel Rivas

En la sentencia del Prestige se dice: “Nadie sabe exactamente la causa”. ¡Lástima no haberse quedado ahí! Ni una palabra más. Qué oportunidad perdida para pasar a las páginas de la historia universal de la justicia con una sola frase preñada de misterio. A todos los pueblos de la Tierra: sobre el mayor desastre ambiental, solemnemente fallamos lo siguiente: “Nadie sabe lo que ha pasado”. Podía añadir el documento judicial lo que el presidente de la sala dijo al terminar el juicio: “No están todos los implicados”. Imaginen un autor de serie negra al presentar su obra: “¡Lo siento mucho! Los personajes se han escapado de la novela”. Pero no. El tribunal resolvió, y de qué manera. Hay presuntos documentos de civilización que se explayan de forma bárbara, con el estilo impertérrito de las palabras que continúan galopando sin jinete hacia la meta. La historia se repite como caricatura. Lo grave es que en este caso el escenario ha sido el palacio de la justicia. Lo que se ha dictado equivale a una especie de ley de punto final que desvanece la responsabilidad. Pero ese punto final no puede dictar la suspensión de la realidad: hubo responsabilidades, por dolo o imprudencia, antes y después del accidente. Me he sentado un rato allí, en la sala vacía de la audiencia, y me he acordado mucho del bisturí de Stanislaw Lec cuando decía: “La ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, pero su conocimiento a menudo sí”. Es un aforismo que define el momento de España, el de unas élites dirigentes en huelga moral. La misma gente que entonces criminalizó la respuesta ciudadana. A la caverna irresponsable mucho subleva la responsabilidad del pueblo. A la mayor catástrofe se respondió con la mayor solidaridad. Cientos de miles de manos rescataron el mar y la esperanza. Recuerdo voluntarios limpiando en la noche con linternas. Y eso es lo que quedará. Esa luz.

 

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