El eterno retorno
Nosotros, como país, venimos de las inauguraciones. El bautizo cristiano, en sus aspectos formales, se parece mucho al descubrimiento de una placa.
En la antigüedad reciente, valga el oxímoron, cuando una familia entraba en una casa, aunque fuera de cuarta o quinta mano y tuviera cucarachas en la cocina, iba el cura párroco a inaugurarla y bendecía cada rincón, como reza el famoso baldosín. Franco, si no estaba firmando una sentencia de muerte, estaba inaugurando un pantano. La historia del NO-DO es, en alguna medida, una historia de las inauguraciones patrias. Muchas veces nos hemos preguntado adónde fueron a parar aquellas tijeras con las que se cortaban las cintas, adónde los pedazos de tela que recogía el subsecretario y guardaba en un estuche de terciopelo. Si se unieran todos aquellos retales, saldría una cinta que llegaría de aquí a Marte. Ya en nuestros días, Álvarez-Cascos, siendo ministro de Fomento, inauguró cientos o miles de primeras piedras. Padecía una compulsión inauguradora enfermiza. Quizá tenga sentido inaugurar la primera piedra de una autovía, pero es que Cascos se tropezaba con una piedra cualquiera y la inauguraba también.
–Queda inaugurada esta piedra.
Aquí, por inaugurar, se han inaugurado aeropuertos falsos, completamente inútiles, como el de Castellón. Por eso no nos extrañó demasiado que 14 políticos de Alhendín (Granada) se reunieran para inaugurar la rotonda de la fotografía. De locos, sí, pero de locos respetuosos con la tradición. Lo expresa muy bien la señal de tráfico de la derecha: el eterno retorno.
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