Siria: Las líneas que trazan la Guerra
Esta entrada ha sido escrita por Pablo Tosco, recien llegado de los campos de refugiados de Jordania y Libano en los trabaja Oxfam.
Los trazos negros del crayón sobre el papel dibujan la misma escena. Las manos de Lul junto a la de otros 5 niños trazan el mismo dibujo: un helicóptero sobrevuela un edificio, lanza una ráfaga de metralla y un cuerpo tendido en el suelo que es custodiado por un tanque.
Ese trozo de papel devuelve la experiencia vivida por Lul y miles de niños que, junto con sus familias o solos, huyeron de la guerra en Siria cruzando la frontera al Líbano
Mientras el conflicto se empeña en superarse a si mismo en violencia con ataques aéreos indiscriminados, enfrentamientos armados donde las familias quedan cautivas entre los dos frentes y la confirmación del uso de armas neurotóxicas, casi 2 millones de personas han huido de sus casas, de sus ciudades, de su vida en busca de un lugar seguro.
El éxodo de estas familias los ha llevado a buscar refugios en países vecinos, uno de ellos Líbano que aloja en estos momentos, según cifras de ACNUR, a 705 mil personas aunque se estima que ya hay más de 1 millón esparcidas por tierras libanesas.
A diferencia de Jordania, Turquía o Iraq donde los Gobiernos locales junto con ACNUR han montado campos de refugiados, la situación en el Líbano no es la misma. Las personas que lograron cruzar la frontera están haciendo frente a otra realidad. Aquí no encontraron campos que los alberguen, han tenido que instalarse en garajes, casas o centros comerciales abandonados, mezquitas o solares montando viviendas con cartones, maderas y lonas.
Las condiciones de vida en estos asentamientos en la periferia de grandes ciudades como Beirut o Trípoli son de una precariedad e insalubridad extrema.
Sin trabajo ni apoyo de ningún tipo estas familias desesperadas intentan llevar un plato de comida a su mesa, agua para lavarse y medicinas.
Esparcidos por el territorio libanes la identificación y acceso a estos asentamientos por parte de las organizaciones humanitarias para asistirlas es una tarea muy difícil.
Todos coinciden en que huyeron pensando que sería por unas semanas y ahora esas semanas se han hecho meses y hasta años.
Seif Dabbur se sienta junto a las dos ollas semi vacías, una con un puñado de arroz y otra que contiene un símil caldo con un cuello de gallina...“en Damasco yo tenía un perro y esto es lo que le daba para alimentarlo”.
Seif , su esposa y sus 3 hijos, hacen malabares para acomodarse en una habitación de 2 por 4 metros que alquilan en el asentamiento Al Jaleel de la ciudad de Baalbek donde viven hacinadas unas 8 mil personas.
“Aquí no hay trabajo ni tenemos autorización para hacerlo” y sin trabajo no hay dinero, no saben que es lo que pondrán en esa olla mañana para comer, ni como pagar los 100 dólares de alquiler de esa habitación ni hacer frente al pago de la luz.
En un rincón hay 5 colchonetas apiladas. Colgadas en clavos sobre la pared la poca ropa que han podido rescatar y sobre unas mantas unos cuadernos de dibujos, los bocetos de un guión de la devastación de una infancia perdida. Seif cuenta que ya no habrá celebración de cumpleaños. Lul, su hija de 7 años, lo mira de reojo asintiendo. El tiempo se detuvo en aquella ultima celebración con sus amigos en el patio de su casa en Damasco, ahora no hay nada que festejar.
En el centro para niños de Al Jaleel los dibujos han servido para que ellos puedan trazar líneas que los alejen de esas imágenes traumáticas. Otras líneas se han cruzado hace tiempo ante los ojos de toda la comunidad internacional y la inoperatividad de Naciones Unidas, que ha permitido que tras dos años de ininterrumpido éxodo sirio continúe una sistemática devastación.
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